EL POETA, EL ALBATROS Y LA LOCURA, por Javier Garin

    



por Javier Garin






    Leyendo en el mundo virtual unos versos muy bellos escritos por un interno del Borda, vino a mi memoria un recuerdo ya borroso de mi lejana juventud.     He hecho demasiadas cosas en mi vida, más de las que puedo o quiero recordar; y, entre ellas, colaboré como voluntario en algunos hospitales para enfermos mentales, junto a unos amigos, estudiantes como yo de derecho.

    Nada tiene que ver el derecho con la psiquiatría, pero como la novia de uno de mis compañeros estudiaba psicología y la habían invitado a sumarse a una experiencia terapéutica novedosa (era a fines de la dictadura y comienzos de la democracia: había muchas "experiencias novedosas" entonces), ella nos invitó a todos. Y fuimos. Estudiantes idealistas al fin, nos incorporamos con entusiasmo a colaborar en el Borda y en un servicio de psiquiatría que funcionaba en el Hospital Fernández con pacientes internados y otros ambulatorios.

    Entre los internos destacaba un poeta brillante, no recuerdo su nombre, de unos cuarenta años, barba, delgado, una conversación muy culta e inteligente, autor de poemas bellísimos y sorprendentes. Me aconsejaba que no leyera mamotretos marxistas (que yo por entonces leía con avidez), porque ese tipo de lecturas soviéticas, según él, mataban la poesía. Me decía que para componer poemas hay que liberarse de toda represión y racionalismo, dejar fluir la fantasía, el sentimiento, la libre asociación. Sus imágenes y metáforas eran extrañas y sugestivas. Nunca me pareció que desvariara: sólo que era demasiado inteligente, demasiado sensitivo.

    Los psiquiatras y psicólogos que nos llevaban a hacer esa experiencia eran unos peronistas poco ortodoxos que aplicaban criterios nuevos -para la época- en el tratamiento de las enfermedades mentales: uno de ellos leía todo el tiempo a Miguel de Unamuno; otro era navegante aficionado y sacaba a los internos los fines de semana a navegar en un velero por el Delta; una vez montaron una representación teatral, recuerdo, muy emocionante.

Había una joven muy hermosa con las muñecas vendadas por un suicidio trunco; no aparentaba ni pizca de enfermedad y todos estábamos medio enamorados de ella; poco después supe que finalmente pudo consumar su propósito de suicidarse. Los médicos decían que el gran problema era que ellos podían tratar al paciente y mejorarlo pero que el medio social y familiar lo volvía a destruir.

    ¿Dónde está la locura y dónde la cordura? A veces los pacientes son solamente lo más sensibles, los que no pueden soportar la locura que los rodea; sus locuras son una forma de protesta, de reacción. Siempre creí que Charly García tenía razón cuando escribió “Casandra”:

“la mediocridad para algunos es normal,

la locura es poder ver más allá”.


Me acuerdo de aquel poeta internado y vienen a mi memoria esos versos de Baudelaire en "El albatros":

“El Poeta semeja este señor de los vientos,
Que habita la tormenta y sobrevuela el mar:
Atrapado en la tierra por bajos sufrimientos,
Sus alas de gigante le impiden caminar.”

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