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Mostrando las entradas con la etiqueta Fin del Mundo

UNA MUJER LLAMADA NOÉ, por Javier Garin ("Historias del Fin del Mundo")

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  Por Javier Garin                                                                   1                   -¡Dios mío! -había dicho su esposo- Estoy cansado de tus estupideces. ¿Cuándo vas a poner los pies sobre la tierra?               No era la primera vez que oía esas palabras. En realidad, toda la vida las había oído. Su madre le había dicho un millón de veces: "Nora, Nora, sos como tu papá, con pájaros en la cabeza." Su analista había dictaminado al cabo de diez sesiones: "Perceptible atrofia del principio de realidad" Y su último psiquiatra había tomado solemnemente la lapicera para garabatear, en una aséptica hoja de prescripciones, los nombres ilegibles de media docena de medicamentos: píldoras, pastillas, grageas. las más recientes adquisiciones de la ciencia médica para aislar, identificar y destruir, en la raíz misma de la mente, el insano virus de los sueños.               ¡Estupideces! ¡Puras estupideces!               El anatema venía resonan

LOS NUEVOS AMOS , por Javier Garin ("Historias del Fin del Mundo")

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  Por Javier Garin                                                                              1                                   Aullidos.                          Además del viento que silbaba en los recodos, arrancaba notas musicales de los cables de teléfono y formaba remolinos susurrantes en las esquinas vacías, ¿qué otro sonido podía escucharse?                          Aullidos. Aullidos lejanos, muriéndose en el cielo detenido de la ciudad.                          De los balcones y las ventanas entreabiertas, de los patios oscuros y claustrofóbicos, surgían las quejas estremecidas de los perros prisioneros.                          La ciudad muerta era una cárcel de mascotas.                          Una inmensa perrera con dos millones de jaulas.                          Algunos no habían tenido suerte. Solos en sus prisiones, la falta de alimento había acabado con sus fuerzas, y ahora agonizaban sin poder aullar. Otros, en cambio, tenían un menú imp