EL ESPÍRITU DEL TAPADO (Otro cuento de luz mala), por Javier Garin
1
“Amada esposa:
"Junto a
la carta de despedida que acabó de escribirte, te dejo esta postdata secreta.
"Mientras
aguardo el amanecer, convencido de que nos asesinarán en cuanto abandonemos la
posada, te confieso que he tenido el impulso de escapar, pero mi lealtad me
impide dejar solo al General Quiroga. Aunque él mismo me ha dicho que no tengo
obligación por no ser hombre de armas, ello es indigno de mi honor.
"El General
cree que no ha nacido el hombre que haya de matarlo. Sin embargo, movido de un
presentimiento, confióme un secreto y un encargo, que deposito en ti, para el
caso de que no sobreviva.
¨Todo riojano
recuerda con tristeza cuando el General, derrotado, mandó enterrar en
varios lugares los tesoros del ejército y los instrumentos de acuñación de
moneda de oro y plata del cerro Famatina pertenecientes a La Ceca de La Rioja,
para evitar que cayeran en manos de los salvajes inmundos unitarios que respondían
a Paz.
“El indigno general
Lamadrid, cuando usurpó el mando en nuestra provincia, desesperado por
conseguir los tesoros, llegó al extremo de engrillar a la señora madre del
General y hacerla desfilar por la plaza pública para obligarla sin éxito a
revelar los lugares de los enterramientos. También hostilizó e hizo padecer las
de Caín a otro parientes del General, a un tío y a ciertos amigos, hasta lograr
que un infidente cordobés le vendiera la mayoría de las ubicaciones y saquear
así el tesoro riojano, en agosto del año 30, no sin verdadera mortificación
para Quiroga, que nunca ha perdonado los malos tratos a que fue sometida su
familia.
"Sin
embargo, el General me ha confiado que hay un enterramiento mayor, que nunca
fue hallado ni él quiso desenterrar por sí mismo. Se trata de una
verdadera fortuna con la que esperaba algún día solventar una acción
militar.
"Me dijo
que, en caso de su muerte, yo deberé intentar recuperarlo en el lugar que me ha
confiado, y que yo a mi vez confío en ti en el mapa adjunto, con destino a
futuras contiendas, mas sólo para uso de federales de ley; y en ningun caso
debe caer en manos de porteños. Si no es posible ni oportuno recuperarlo, ni
hay federales dignos de recibirlo, deberás destruir las indicaciones para que
nadie más lo encuentre.
"Habrás
de divulgar, si yo no puedo hacerlo, que el tesoro que muchos buscan se encuentra
bajo el cuidado de su escolta más leal, un soldado de apellido Antunez, de una
fidelidad y valentía a toda prueba, quien juró protegerlo y ofreció
voluntariamente su vida para ello. El General me dio a entender que sólo él y
Antunez sabían donde está, y que luego del enterramiento del arcón, él mismo
mató a su escolta de propia mano, para que no estuviera nunca tentado de
traicionar su ubicación a Lamadrid ni a nadie.
"El
ánima del soldado muerto custodia el arcón y cualquiera que ose acercarse
será castigado y perseguido sin cesar: tal es lo que hizo juramentar el General
a Antunez, quien prefería morir a manos del General y sirviendo a su causa que
vivir sin su gratitud.
"Si esto
es verdad o se trata de uno de esos trucos y supercherías que utilizaba Su
Excelencia para amedrentar a los ignorantes, yo no lo sé. Mas es preciso que se
cumpla su voluntad y se difunda la historia en el caso de mi muerte,
reservándote sólo tú la verdadera ubicación.
"Tu amado esposo.”
Esta
posdata, escrita por el doctor Ortiz, secretario del General Facundo Quiroga, y
fechada en la posta de Ojo de Agua en la noche del 15 de febrero de 1835, llegó
a manos de su destinataria escondida en un falso fondo de un baúl junto al
resto de las pertenencias de su autor, meses después de haber muerto asesinado
con Quiroga en Barranca Yaco por la banda de Santos Perez.
El documento original se ha perdido y es considerado apócrifo.
La
historia del ánima guardiana custodiando el tapado se difundió muy rápido por
toda La Rioja, Catamarca y San Juan. Nadie encontró el "tapado" hasta
el día de hoy.
2
Irineo (apodado "el chico") heredó de su tío el espantoso nombre y una finca ubicada en
cercanías de Chilecito, en La Rioja.
No era una finca grande, pero tenía unos viñedos descuidados, cuyas uvas
se caían y se pudrían sobre la tierra yerma porque nadie los vendimiaba.
Tambien tenía una antigua bodega de pequeñas dimensiones, prensa, lagar
e instrumentos para embotellar vino en completo abandono, herrumbrosos e
inútiles.
El olor antiguo de uvas -viejas emanaciones densas, dulzonas y pesadas-
saturaba todo el ambiente alrededor de la vieja casa, que también amenazaba
ruina.
Cuando el tío Irineo (el mayor) falleció lo velaron allí en presencia de
varios lugareños, en la habitación central de la casa, que hacía las veces de sala
de recepción.
El sobrino Irineo (el menor), aunque hacía mucho que no veía a su tío,
estuvo presente en calidad de único heredero y mantuvo una cara de
circunstancia, saludando a todos y recibiendo pacientemente el pésame.
Un viejo vecino, casi centenario, Don Abelardo, le dio la mano y después
se tomó mas confianza y lo abrazó.
-M'hijo, tu tío te quería mucho y siempre decía que te dejaría su finca.
¿Pensás hacer algo con ella, venderla o explotarla?
-No sé nada de vinos ni de fincas -dijo Irineo chico-. Sólo venía aquí de
niño, de vacaciones, cuando mi madre quería sacarme de encima. El tío era muy
bueno, pero no sé nada de este negocio. Y creo que ya estaba inactiva la finca
hacía mucho, ¿no?
-Sí, él fue vendiendo la mayor parte de la tierra, queda el casco y la
zona del fondo, donde está la luz mala.
-Me acuerdo de eso. Tío Irineo me llevó una o dos veces en noche de luna a ver la luz mala. Y de veras la vi.
-¡Y cómo no! -´respondió don Abelardo-: Esa luz mala es muy antigua,
existe de antes de que esta zona fuera poblada. Pero no se la ve siempre. Solo
en algunas noches de febrero, y si hay luna.
-Sí, me contó esa historia, según él hay un tesoro custodiado por
espíritus. Siempre me asustaba con eso.
-Pero es verdad.
-Vamos, don Abelardo. No me va a decir que usted cree en eso. ¿Y por qué
nadie desenterró el tesoro?
-Lo intentaron, m´hijo. Lo intentaron. No es fácil ubicar la luz mala,
porque como le dije aparece muy de cuando en cuando. Y aunque alguien la vea,
hay cosas que mejor es dejarlas en su lugar. Como sea. Si se le ocurre vender,
avíseme, porque mis hijos y yo podríamos hacerle una oferta.
-Gracias, don Abelardo. Por ahora me voy a quedar unos días a ver cómo
está todo, a rememorar mi infancia y al pobre de mi tío, y a pensar qué hacer
con esta finca.
Irineo el chico descansó unos días y poco después fue a Chilecito a
contratar un abogado para hacer la sucesión de Irineo el grande, que no tenía
otros parientes. El abogado le pidió los papeles de la finca, las partidas de
nacimiento y defunción y otros documentos de interés. Al revolver los viejos
documentos, Irineo chico encontró en el fondo de una cómoda una vieja carpeta
amarillenta y una hoja conteniendo la postdata del Dr. Ortíz es un estado tan
frágil que parecía a punto de desvanecerse. La guardó con mucho cuidado y se la
llevó a su casa en Buenos Aires, donde vivía solo, porque era solterón y "medio
raro", como su tío homónimo, al decir de los paisanos.
3
Muchos meses después, Irineo chico estaba descansando en su
oficina distraído, luego de almorzar, cuando se le ocurrió googlear
"Tapados de Quiroga". Aparecieron infinidad de artículos sobre los
entierros de monedas en los llanos riojanos.
Le llamó la atención una noticia que informaba que
en la sala de conferencia del museo del Banco Central tendría lugar el viernes
siguiente una conferencia a cargo de un conocido historiador sobre
"Orígenes de la moneda nacional y los tapados de Facundo Quiroga en La
Rioja". Decidió concurrir.
El historiador se presentó puntual. Era
un estudioso de numismática e historia económica. Con gran erudición comenzó a
explicar los orígenes de la acuñación de moneda en el Río de la Plata, en la
Casa de Moneda de Potosí, y su influencia para la corona española. Luego relató
el descubrimiento de oro y plata en el cerro Famatina, al que muchos confundían
con un volcán, su explotación por los incas, los jesuitas, la colonia y los
primeros gobiernos patrios. Contó con detalle el enfrentamiento del caudillo
riojano Facundo Quiroga con el Presidente de la República, Bernardino
Rivadavia, por el control de las minas del Famatina. Mostró en sucesivas
imágenes el tipo de monedas de oro y de plata acuñadas en La Rioja en 1824,
1826, 1828, 1830 y 1832, y los posteriores al asesinato de Quiroga. También
refirió los enterramientos de "tapados" hechos por Quiroga después de
haber sido derrotado en La Tablada por el General Paz en 1829. Citó las
memorias de Lamadrid, invasor de La Rioja, quien escribió:
"Quiroga había inutilizado la Casa de Moneda que había en La
Rioja, mandando sacar el cuño y los más principales de ella y enterrarlos en
diferentes puntos de Los Llanos. Yo salí luego a visitar los departamentos y
contraje todo mi empeño en descubrir dichas piezas para restablecer la Casa de
Moneda y atraer a todos los hombres y lo conseguí al fin, no por otra cosa que,
por el temor de Quiroga, porque en realidad no era dicho jefe querido de sus
paisanos sino temido solamente y en extremo." Explicó que en
agosto, después de varios meses, un cordobés residente en los Llanos encontró
para Lamadrid dos de los tapados a cambio de una “comisión”: “a poco de
haber llegado se presentaron el capitán y el descubridor con una carga de
zurrones de dinero, retobados en cuero fresco negro y otra de cajones…”
Poco después encontraron un tercer tapado conteniendo gran cantidad de onzas de
oro y miles de pesos fuertes.
Al terminar la conferencia, Irineo se acercó al historiador y le
preguntó si creía ciertas las versiones de un tapado mucho mayor nunca
descubierto.
-Es muy
posible. Yo no lo descartaría.
-¿Y qué
piensa de esta carta?
Le mostró una fotocopia de la postdata del doctor Ortíz.
Al conferencista le brillaron los ojos.
-Siempre
se dijo que este escrito es apócrifo, yo leí su contenido pero nunca vi una
copia como usted trae.
-Tengo el
original.
-¿En
serio? No es posible.
El
conferencista quiso indagar más, pero Irineo le retaceó información. Sólo le
dijo que le dejaba esa fotocopia si es que le interesaba hacer un cotejo
caligráfico.
Tres semanas después, el historiador lo llamó emocionado al
celular y le dijo que había hecho comparar la fotocopia con cartas originales
de Ortíz y parecía ser auténtica. Pidió ver los originales y preguntó si el
mapa que se mencionaba existía.
-No hay
ningún mapa -se limitó a responder.
Esto
ocurrió a fin de año. Irineo pidió vacaciones para febrero y se fue a Chilecito
sin hablar con nadie del tema.
3
Lo
primero que Irineo chico se preguntó, sin acertar a responderlo, fue el motivo
de que su tío, hombre bastante rústico, tuviera en su poder una copia de aquella
carta. Pensó que tal vez la había encontrado en la casa, que había sido de sus
abuelos. Pero como no registraban parentesco con la familia de Ortíz, seguía
siendo un misterio. ¿Alguien la había robado a sus dueños originales para buscar
el tapado? Era imposible saberlo.
En todo
caso, ello hacía más verosímil que hubiera un tapado en la finca, como
aseveraba el difunto tío. La aparición de la luz mala en ciertas noches de
febrero se le ocurrió que podría relacionarse con el asesinato de Quiroga el 16
de febrero. Si esto era cierto y la luz mala rendía tributo al General, entonces
había que esperarla por esas fechas.
Desde que
regresó a la finca, montó guardia noche tras noche, al principio sin éxito, en
la zona donde creía recordar que podía haber visto la luz mala, aunque no
estaba muy seguro. Llevaba una linterna y un pico.
Tal como
había imaginado, no fue sino hasta la noche del dieciséis que la vio.
Al
principio la vio apenas, medio tapada por las ramas de los espinillos. Podría
haber sido un reflejo de la luna. Pero luego la luz mala se movió, osciló, se
elevó en el aire y se dividió en dos esferas iguales, entrelazándose en lo alto
para volver a caer a ras de suelo como una esfera sola.
Irineo
chico recordaba esa danza extraña de la luz consigo misma. Así la había visto
de niño, cuando su tío se la mostró.
Apagó la
linterna. Se fue acercando sigiloso, enredándose en las espinas. Tardó más de
media hora en llegar a las inmediaciones de la luz. Tardó otra media hora en
decidirse a hacer lo que tenía planeado.
Calculó
bien el sitio exacto al pie de la luz.
Luego se
incorporó con el pico y corrió hacia ella.
Clavó el
pico en el suelo de un solo golpe.
Entonces sintió
como una descarga, un choque eléctrico.
Cayó
repelido hacia atrás y quedó boca arriba en el suelo, aturdido a incapaz de
moverse.
Sintió
que la luz se acercaba.
En medio
del resplandor que parecía inclinarse sobre él, llegó a distinguir el rostro de
un hombre con barba, de aspecto fiero, bajo un morrión rojo.
Luego se
desmayó.
Lo
despertó la claridad vacilante del amanecer. La luz mala había desaparecido. Le dolía
todo el cuerpo, como si hubiera recibido realmente una descarga eléctrica.
Volvió a su casa y tardó más de tres días en reunir valor para completar sus
planes.
4
Al cuarto
día, sintiéndose repuesto y animado, Irineo madrugó y buscó la pala y unas botellas
de agua.
No era tan
fácil ubicarse de día en aquel terreno irregular. Pasó más de dos horas buscando
el pico. Fue cerca de las nueve de la mañana, bajo un sol que empezaba a ser
ardiente, que logró hallarlo a causa de un destello en el metal.
El pico
estaba clavado en tierra por una de sus puntas, donde él lo había dejado.
Comenzó a golpear con él la capa superior pedregosa, y más abajo encontró un
poco de arcilla. La fue sacando con la pala.
Hacia las
diez de la mañana topó con un género gris. El corazón le empezó a latir con
fuerza. Amplió el pozo hasta dejar al descubierto todo el género. Se dio cuenta
de que era una bandera. Le sacudió el polvo con cuidado y descubrió que era de
color negro. Apenas distinguible por la suciedad, tenía en el centro un bordado
que alguna vez debió ser blanco. Reconoció el emblema de Quiroga: una calavera
sobre dos tibias cruzadas. Debajo una leyenda: “Religión o muerte”. Lo que no
pudo explicar es cómo un paño enterrado sin protección podía haberse conservado
por casi dos siglos, si realmente era de tiempos de Quiroga. Lo lógico era que
estuviese por completo raído y destruido. Pero era tal su excitación que no tenía
tiempo de pensar.
Con
cuidado tomó la bandera y la retiró del pozo. Debajo de ella había un esqueleto
boca abajo. La calavera estaba cubierta por un morrión rojo con penacho, bordados
dorados y visera negra. Debajo del morrión, un pañuelo. El torso llevaba una
casaca roja con dorados. Las piernas estaban dobladas debajo del torso, como si se hubiese puesto de rodillas o en cuclillas antes de morir. El pantalón
era blancuzco, ababuchado. En la mano derecha empuñaba un sable.
No sin
repugnancia, Irineo chico se sirvió de la pala para correr el cuerpo hacia un
costado y dejar al descubierto la tapa convexa de un antiguo arcón. Intentó
vanamente abrirla. Al fin, la rompió en una de las puntas con el pico. Contenía muchas monedas de distintas denominaciones, de oro y de plata,
con el sol de la libertad circundado por la leyenda “Provincias del Río de la
Plata” en el reverso y el escudo de la Asamblea del Año XIII y el lema “En unión
y libertad” en el anverso. Los años de acuñación variaban. Debajo de las
monedas había también lingotes pequeños sin acuñar.
Irineo se
dio cuenta de que era imposible sacar el arcón lleno, por lo que volvió
a la casa a buscar recipientes, valijas o mochilas. Ni siquiera se detuvo a
comer. Cargó todo lo que pudo en sucesivos viajes entre el pozo y la casa, en varias
valijas pequeñas y hasta en un balde de albañilería, y las volcó en el suelo de
la sala central, donde habían velado a su tío. Era una montaña de monedas y
metales. No se preocupó en remover el arcón. Hacia las siete de la tarde se
tiró en la cama del cuarto de huéspedes agotado.
Pero era
tal su excitación que no consiguió dormir. Cenó a las diez de la noche, muerto
de hambre. Luego fue a contemplar su tesoro. Aún no daba crédito a sus ojos.
5
Sin darse cuenta, se quedó dormido
antes de la medianoche, tirado en el suelo de la sala, contemplando las monedas
e imaginando planes de acción para sacar de ellas el máximo provecho.
No pudo
precisar en qué momento se despertó, pero todas las luces estaban apagadas,
como si se hubiera cortado la luz.
Intentó
ir por su linterna. Creía haberla dejado en la cocina. No llegó a dar con ella.
El pánico lo invadió antes: sintió un ruido en el patio y pensó
en ladrones. Tal vez alguien lo había estado espiando. Tal vez habían cortado
la electricidad a propósito.
Vio un
resplandor y comprendió que alguien deambulaba en el viñedo cercano a la casa
con una linterna, y que se acercaba sigiloso.
Recordó
que su tío tenía una escopeta junto a la cama de su dormitorio y la fue a
buscar a tientas.
El resplandor
llegó al patio. Ya estaba junto a la puerta de la cocina. La luz se filtraba
por las rendijas.
-Estoy
perdido -pensó-. Me van a robar y matar.
Sin preocuparse
por el tesoro, atinó a manotear la escopeta. Palpando con los dedos, notó que
estaba descargada. No sabía donde su tío pudo haber dejado los cartuchos. Sólo serviría que para intentar asustar. Se dirigió tropezando hacia la puerta
principal, con la idea de salvar al menos su vida huyendo por la parte delantera
de la casa.
En ese
momento lo paralizó un estrépito. La puerta de la cocina se sacudió, como si le
hubieran dado un empellón o una patada. Era una puerta antigua, fuerte. No pudo
evitar volver la mirada. La luz que entraba por las hendijas era demasiado
fuerte como para ser una simple linterna. La puerta volvió a sacudirse una y
otra vez, bajo las embestidas de una fuerza prodigiosa.
Irineo
chico tropezó con algo y cayó contra la pared en un rincón de la sala donde
estaban las monedas. Vio cómo la puerta de la cocina caía destrozada. La
cocina fue inundada por una luz cegadora. La luz avanzó hacia él, cruzó el
umbral de la sala y todo a su alrededor quedó envuelto en ella.
Sin poder
apartar la mirada, como si estuviera hipnotizado, Irineo vio la luz de frente.
En el interior de la esfera, discirnió el rostro del hombre de barba y morrión
y supo que era el escolta Antúnez. Apenas distinguible en la luminosidad, pudo
ver su cuerpo desgarbado, que por momentos parecía el de un hombre vivo y por
momentos era solamente un esqueleto con su uniforme milagrosamente conservado. Con la derecha empuñaba el sable y con la izquierda arrastraba de una manija de hierro el arcón vacío.
El espectro incandescente avanzó hacia Irineo. Se detuvo junto a la montaña de monedas y comenzó a echarlas dentro del arcón. Irineo cerró por fin los ojos y se quedó acurrucado en el rincón. Oyó cómo las monedas caían en el arcón. Pensó que cuando terminara de recogerlas vendría a matarlo. Luego se hizo un silencio y se dio por muerto.
Pero el sonido de los
pasos y del arrastre del arcón se dirigió hacia la cocina y luego hacia el
patio y luego hacia los viñedos y más allá, hacia el pozo cavado por él mismo el
día anterior.
Irineo
quiso levantarse y no pudo hasta el día siguiente. No podía ver nada. Sus pupilas
estaban quemadas y tardó una semana en recobrar una visión más o menos normal.
Su piel se había tostado como si la hubiesen expuesto al sol del mediodía en
plena cordillera riojana durante un mes. Todo el trayecto desde la casa hasta
la tumba de Antunez quedó marcado por la huella de arrastre del arcón.
Irineo no
quiso volver a la zona de la luz mala. Cuando la sucesión estuvo terminada,
vendió la finca al vecino Don Abelardo y no regresó nunca más a Chilecito.
Comentarios
Publicar un comentario