LOS OPOSITORES A LA GUERRA DEL PARAGUAY: Por Javier Garin (Conferencia del 17/8/22 en el Parlamento del Mercosur)
Por
Javier Garin (conferencia brindada en el Parlamento del Mercosur el 17/08/22, en la sede de la Ex ESMA)
Una
metáfora de Cándido López y una reflexión de Alberdi
Los notables cuadros del veterano de la Guerra
del Paraguay Cándido López, describiendo minuciosamente desembarcos, cruces de
ríos, campamentos, batallas, tienen características compositivas uniformes: un
punto de vista elevado sobre el horizonte que toma distancia de la escena, una
intención panorámica, una descripción de la naturaleza presentada como
imponente, y las masas humanas que aparecen perdidas en el conjunto.
No es, como se ha pretendido, que Cándido
minimice la presencia humana por una presunta indiferencia hacia los hombres:
los detalles humanos evidencian una simpatía ingenua del pintor-soldado por sus
camaradas. Roa Bastos llega a atribuirle ficcionalmente una tesitura crítica de
la guerra, que tampoco surge de los lienzos. Propongo verlos como una metáfora
simbólica de la guerra. En el panorama general de los estadistas,
generales y estrategas, los hombres no interesan, son apenas insectos, como las
multitudes hormigueantes de Cándido López.
Ya que somos tan propensos a grietas (buenos y
malos, unitarios y federales, nacionales y cipayos, civilizados y bárbaros), me
gustaría plantear un maniqueísmo diferente, herencia de mis ancestros
anarquistas. En toda guerra hay el bando de los que mandan (políticos y militares)
y el bando de los que no tienen poder y terminan siendo la carne de cañón de
las batallas, la soldadesca. No es una grieta tan útil a las ideologías
del poder, pero es muchísimo más real.
Los cuadros de Cándido Lopez reflejan, en la panorámica,
lo irrelevantes que son los hombres de carne y hueso para las elites que
disputan sus objetivos geoestratégicos. En cambio, al examinar el detalle por
debajo de la línea separatriz (también simbólica) del horizonte, se ve la vida
del soldado, sus pasiones y costumbres, sus entretenimientos, sus agonías y su
muerte. Aquello que los que mandan no ven ni quieren que se vea.
El Evangelio de San Juan pone en
boca de Caifás el paradigma perverso de la razón de Estado: “es mejor que muera
un hombre a que muera el pueblo”.[1] En las guerras este
paradigma se invierte aún más trágicamente: el pueblo debe morir para que los
gobernantes y las elites realicen sus propósitos de poder o enriquecimiento. En
la guerra del Paraguay esto es muy visible: los combatientes -incluso niños,
como en la oprobiosa matanza de Acosta Nú (16 de agosto de 1869), ¡y perdón si
no considero heroico el holocausto de niños!- son sacrificados de una manera
tan brutal que las historias oficiales han preferido pasar por alto ese “detalle”
del sufrimiento humano.
La filosofía de la historia hegeliana intentó
dar sentido a estas tragedias, al dictaminar el curso progresivo de la
historia. Llevado torpemente al terreno de la economía por el marxismo vulgar,
ese “progreso” pasó a ser el avance del capitalismo y el reemplazo a sangre y
fuego de las economías precapitalistas. Releyendo la biografía de Alem,
veterano de la Guerra del Paraguay, escrita por el marxista Alvaro Yunque, hallé
sin sorpresa el consabido párrafo marxista vulgar: la Guerra del Paraguay era
inevitable (nos dice) porque era inevitable el avance progresivo del
capitalismo internacional. La actitud inflexible de Mitre frente al mariscal
paraguayo en la entrevista de Tayaiytí Corá (12 de septiembre de 1866) no fue,
para el autor citado, la actitud de un canalla apegado al libreto del Tratado
de la Triple Alianza, sino que “representaba la industria en gran escala, el
comercio del mundo, y López sólo la artesanía, el comercio primitivo”. [2] Los hombres concretos nunca importan para
estas visiones deshumanizantes, las mismas que justificaron los genocidios de
Stalin por el triunfo del comunismo. Más realista, el antihegeliano Schopenauer
creía que la historia no se justifica por ningún progreso: no es más que una
sucesión interminable de matanzas.
Por eso, hemos de arrancar esta reflexión con
una cita de quien será uno de los protagonistas de esta exposición: Juan
Bautista Alberdi. Proponiendo una educación “para la Paz”, el tucumano combatía
la “idolatría militar” y el “culto de los guerreros” que falsea la historia
para presentar las conquistas de los pueblos como el producto de algún
aventurero militar más o menos afortunado. Se oponía a la glorificación de los
generales y reclamaba la glorificación de los filántropos. En vez de las
estatuas “con que los reyes glorifican a los cómplices de sus devastaciones,
los pueblos tienen el derecho de erigir estatuas de los gloriosos vencedores de
la oscuridad, del espacio, del abismo, de los mares, de la pobreza, de las
fuerzas naturales puestas al servicio del hombre”; los “nobles héroes de la
ciencia, en lugar de los bárbaros héroes del sable”; “los que extienden,
ayudan, realizan, dignifican la vida, no los que la suprimen so pretexto de
servirla; los que cubren de alegría, de abundancia, de felicidad a las
naciones, no los que las incendian, destruyen, empobrecen, enlutan y sepultan.”[3]
LA
GUERRA PERPETUA DEL BRASIL CONTRA EL RIO DE LA PLATA
Ahora bien: esto que puede predicarse de toda guerra,
¿por qué en el caso del Paraguay fue especialmente irritativo para la población
del Río de la Plata?
Hay una razón histórica y cultural profunda, no
siempre comprensible a primera vista hoy, pues la historiografía y la educación
escolar han oscurecido hasta borrarlas nociones que entonces eran muy claras.
Los pueblos que habitaban las antiguas colonias
españolas, que hoy consideramos naciones separadas por fronteras, Estados e
idiosincrasias, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo diecinueve eran una
sola nación continental. Los Estados nacionales debieron hacer ingentes
esfuerzos para descuartizarla en la conciencia de la gente, como
recuerdo en mi libro sobre Monteagudo[4]. Y si esto es cierto para el
continente, lo es aún más para el Río de la Plata, para los habitantes del ex
Virreinato. Compartían una identidad profunda que se había afianzado en
la lucha contra un enemigo histórico: el Brasil.
Los portugueses habían expandido sus dominios hacia
el oeste y el sur, más allá de la línea meridional del Tratado de Tordesillas (7
de junio de 1494), a costa de hostilizar y hacer una guerra permanente y
solapada. Esta guerra nunca cesó, ni siquiera con el Tratado de Madrid (13 de
enero de 1750), en que Portugal consolidó sus transgresiones territoriales.
Prosiguió en forma subterránea contra las poblaciones que conformarían el
Virreinato del Río de la Plata, el cual debió en parte su propia creación a
consideraciones militares de defensa frente a los planes expansionistas de
Brasil.
Las fazendas de Sao Pablo se nutrieron durante
siglos de la mano de obra esclava de los guaraníes tomados prisioneros en las
acciones de los bandeirantes contra las misiones jesuíticas. Los indígenas
desarrollaron métodos de resistencia, entre ellos el de abandonar las misiones
y replegarse en la selva dejando tierra arrasada. Estos conflictos tuvieron un
punto álgido en la batalla de Mbororé (11 de marzo de 1641), en que los
bandeirantes fueron estrepitosamente derrotados por los indios de las Misiones.[5]
La orden de Madrid de entregar las Siete
Misiones a Portugal en virtud del Tratado de Madrid desencadenó la Guerra
Guaranítica (1754-1756). La geopolítica se topó con la resistencia de los
pueblos que no querían ser esclavizados por los portugueses.[6]
La expulsión de los jesuitas (1767), acusados
de instigadores de esa guerra, hizo un gran favor a la corte portuguesa, tema
que trato en extensión en mi libro Anticristo.
Las cortes de Madrid y Lisboa trazaban sesudos
planes para disputar el control del recurso hídrico, el Río de la Plata y sus
afluentes, mediante una guerra larvada o manifiesta. El celebérrimo Virrey
Cevallos llegó a tal por sus brillantes servicios militares contra los
portugueses, y reafirmó sus lauros combatiéndolos también como virrey.
La forma en que se percibía este enfrentamiento
en Buenos Aires y en los pueblos interiores era muy diferente. Podía resultar
tolerable para Buenos Aires hacer tratativas con la Infanta Carlota en Rio de Janeiro, tal como intentó Belgrano,
mientras que el mote de “carlotista” dado a Goyeneche en Chuquisaca y la
sospecha de una negociación con los portugueses fue uno de los pretextos de la
Revolución del 25 de mayo de 1809 en esa ciudad altoperuana: tanto era el odio
que en el interior despertaba el Brasil.[7]
Producida la Revolución, las elites porteñas
fracasan en su intento por disciplinar al Paraguay, y Belgrano es derrotado en
la campaña militar que le encomienda la Primera Junta, no sin dejar a salvo, al
menos, la amistad y fraternidad sobre la base de un compromiso mutuo de no
agresión. Durante años Rosas se niega a reconocer la independencia paraguaya para
defender la integridad territorial rioplatense, sin que ello constituya un
estado de belicosidad. Las diferencias del Paraguay con el gobierno de Rosas
son las mismas que las de las provincias litoraleñas: la cuestión del puerto,
de la aduana y de la navegación de los ríos, especialmente del Paraná. Las
mismas que sublevaron a Urquiza y que estuvieron a punto de provocar el
levantamiento del caudillo santafesino Estanislao Lopez.
Advirtamos que uno de los polemistas contra la
política mitrista en Paraguay, el liberal-conservador antirrosista uruguayo Juan
Carlos Gomez (1820-1884), defendía aún en 1869, la idea de la “reconstrucción
del antiguo virreinato del Río de la Plata” y cuestionaba a la política
nacional argentina, que no impidió la segregación de la Provincia Oriental
después de la guerra con el Brasil en 1825, ni pudo evitar la separación de
hecho de la provincia del Paraguay, después de 1811. “Si no se hubieran
separado esos dos estados de la Unión Argentina, seríamos hoy una gran nación,
que tendría por capital Montevideo, y habríamos suprimido dos episodios
sangrientos en nuestra historia— la guerra con el Brasil, que terminó con los
tratados de 1828 y la guerra desoladora del Paraguay”, argumentaba.[8]
A pesar de que Inglaterra intentó por su propia política exterior atenuar
el enfrentamiento entre el Río de la Plata y el Imperio del Brasil, las
diferencias de intereses, tradiciones culturales, idiosincrasias, regímenes,
eran abismales. Los pueblos recién independizados eran republicanos, profesaban
los toscos inicios de una democracia caudillesca y se había declarado la
libertad de vientres. Brasil era la sede de un imperio europeo, colonial,
esclavista, absolutista, antiigualitario.
La guerra del Brasil fue un episodio más de esa
guerra secular que sumó nuevos rencores, especialmente por la derrota
diplomática que siguió al triunfo militar argentino.
Otro de los protagonistas de nuestra exposición,
Carlos Guido y Spano (1827-1928), hijo del secretario de Mariano Moreno e
inseparable amigo de San Martín: el general Tomás Guido, nos brinda un
testimonio. Cuando Tomás fue embajador en Río de Janeiro, el joven Carlos
conoció la Corte y el mundo de la diplomacia brasileña. En su Autobiografía
manifiesta su rechazo a cualquier alianza de Argentina con Brasil, a pesar de
haber pasado, según dice, los mejores años de su vida en aquel país. Se declara
enemigo de “la política imperial” respecto del Plata y denuncia el
expansionismo brasilero que quiere llevar sus límites del Amazonas al Río de la
Plata: “hizo falta toda la energía del gobierno y la prensa para que
nuestro poderoso vecino no nos llevase por delante -cuenta, y agrega-:
(…) No son malas tarascadas, entretanto, las que ha dado a la República
Oriental; y en cuanto al Paraguay, no ha parado hasta verle exánime”.[9]
La guerra del Paraguay ocurre en el momento en
que se están consolidando los Estados Nacionales y las elites intentan a lo
largo y ancho de América disolver el espíritu de identidad y fomentar una
conciencia nacionalista-localista hasta entonces poco vigorosa. Es el
momento en que se empiezan a escribir las Historias nacionales separadas. Mitre
es parte importante de ese momento político-cultural, como historiador, lo
mismo que lo es como político porteño.
Desde la Revolución Hispanoamericana, hubo dos
corrientes, una continentalista y otra localista, esta última fomentada por
Inglaterra en aplicación del “divide y reinarás”. Las burguesías comerciales de los puertos,
socias de Inglaterra, boicoteaban los esfuerzos continentalistas por motivos
económicos, ya que su negocio consistía en el comercio con la nación hegemónica,
y políticos, toda vez que sus supremacías locales se hubieran diluido en el
marco más amplio de la unidad continental. El abandono de la idea
continentalista se produjo en la segunda mitad del siglo XIX como política de
las oligarquías de los distintos países. Fue entonces cuando se construyeron
los “grandes mitos nacionales”, se instituyeron los “próceres y padres de la
Patria”, se impulsó la conformación de una conciencia nacionalista
fragmentaria, se procuró ocultar en la enseñanza el carácter continental de los
procesos y se pugnó por convertir en reales las fronteras imaginarias entre los
pueblos. Diversas guerras entre hermanos y absurdos conflictos limítrofes
signaron la consolidación del “falso nacionalismo”. Este proceso, en nuestro
país, no se llevó a cabo sin resistencias. Cupo al más genuino representante de
la oligarquía porteña, Bartolomé Mitre, ejecutarlo en la política y en la
“ciencia” histórica. La Guerra del Paraguay fue uno de sus hitos. Los últimos
restos del partido federal se opusieron, y el veterano caudillo Felipe Varela
levantó casi solitariamente la bandera de la unidad latinoamericana. Pero es
necesario insistir que esa bandera no parecía todavía algo descabellado, sino
el fruto de un natural sentimiento de pertenencia. Sentimiento tan fuerte y
arraigado que fue preciso asolar territorios en guerras intestinas para
aniquilarlo. Hasta un representante de los intereses de las clases hegemónicas
como Sarmiento estaba todavía influido por él cuando en 1865 comete la
imprudencia de participar, como embajador argentino, aunque sin poderes y en
contra de las instrucciones de su propio gobierno, en el Segundo Congreso
Americano realizado en Lima con la finalidad de reafirmar los lazos entre
estados hispanoamericanos, mereciendo la enérgica reprimenda del Presidente
Mitre, mucho más consciente de lo que le convenía a Buenos Aires. Los mitristas
no querían saber nada con “el americanismo a lo Rosas del General Castilla”
(líder peruano que había motorizado la convocatoria).[10]
LA
POSTURA DE ALBERDI
Un intelectual de las elites brillante en sus
percepciones, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) (digamos de pasada que fue el
más genuino representante del federalismo jurídico y doctrinario), señalaba en
su libro “El Crimen de la Guerra” (1869): “El atraso, la barbarie, la
opresión, están representadas en Sudamérica por la espada y por el elemento militar”.
Si la guerra es desastrosa y absurda en todas partes, lo es más aún en
Sudamérica. “Las dieciséis repúblicas que la pueblan hablan la misma lengua,
son de la misma raza, profesan la misma religión, tienen la misma forma de
gobierno, el mismo sistema de pesas y medidas, la misma legislación civil, las
mismas costumbres, y cada una posee cincuenta veces más territorio que el que
necesita”. Sus argumentos en contra de la guerra son también contra el
absurdo de haber dividido el continente en una multitud de Estados
fragmentarios.[11]
Alberdi fue el primero en sostener la tesis de
que la guerra del Paraguay era en realidad la guerra del Brasil contra el
Paraguay, a la que el gobierno argentino se había sumado por motivos de
política interna, inclinándose ante los intereses geoestratégicos del
Brasil. En su polémica con Gómez, el propio Mitre comete la imprudencia de
reconocerlo al afirmar: “Cualquiera otra política hubiera dado la
preponderancia al Paraguay en los asuntos del Río de la Plata, alentando las
resistencias latentes contra el nuevo orden de cosas”, vale decir, alentando
a las provincias que resistían la dominación de Buenos Aires.[12]
Es conocida la postura de Halperin Donghi, que
considera a la Guerra del Paraguay un efectivo catalizador del Estado Nacional
argentino.[13]
Para Alberdi, en cambio, la guerra del Paraguay (además de ser la guerra
del Brasil contra el Paraguay) es la continuación de la guerra civil argentina,
vale decir la guerra de Buenos Aires contra las provincias para mantener el
control del puerto y los recursos aduaneros, utilizando en este caso una
alianza con el enemigo histórico rioplatense. En su obra “Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con
el Brasil” (1865), define a la guerra del Paraguay como un instrumento de
la oligarquía porteña para consolidar su dominio, destruir el espíritu de
resistencia mediante el desgaste en los campos de batalla y conservar así el
monopolio de las rentas nacionales. [14]
La prensa mitrista le reprochaba que criticara
la alianza de Mitre con los brasileros cuando él mismo había apoyado la alianza
de Urquiza con Brasil para derrocar a Rosas. Sin embargo, desde el punto de
vista de Alberdi, su postura no era contradictoria, porque en todos los casos
él había defendido a las provincias contra el predominio de Buenos Aires. Para
que triunfaran las provincias, debía ser derrotado Buenos Aires, tanto en la
política de Rosas como en la de Mitre, que se presentaban como antagonistas
pero que coincidían en el sometimiento y subordinación de las provincias a
Buenos Aires y el control del puerto y el tráfico comercial.
Por
eso escribe en uno de sus artículos: “La política actual del general
Mitre no tiene sentido común si se le busca únicamente por su lado exterior.
Otro es el aspecto en que debe ser considerada. Su fin es completamente
interior. No es el Paraguay, es la República Argentina. (…) No es una nueva
guerra exterior, es la vieja guerra civil ya conocida entre Buenos Aires y las
provincias argentinas, si no en las apariencias, al menos en los intereses y
miras positivas que la sustentan.”[15] Y en otra parte escribe: “Las
manifestaciones de simpatía por el Paraguay durante la guerra no han sido
insultos a la República Argentina, sino la protesta dolorosa y oportuna contra
una alianza que hacía de los pueblos argentinos los instrumentos del Brasil en
ruina de sí mismos: han sido una forma necesaria de oposición, impuesta al
patriotismo argentino por la bastarda alianza brasilera. He aquí todo el
secreto argentino de mis simpatías por el Paraguay en esta lucha: no significan
sino un medio de ayudar al éxito de la causa argentina. Mis escritos desagradan
a Buenos Aires, no porque favorecen al Paraguay, sino porque defienden el
interés argentino”.[16]
Ante la impopularidad de la causa,
la prensa oficialista hizo hincapié, inicialmente, en que se trataba de una
guerra defensiva ante la agresión del envío de tropas paraguayas a Uruguay a
través de territorio argentino y la toma de dos buques. Como parte de esa
estrategia comunicacional, vino en paralelo la demonización de Solano Lopez
como tirano irredimible. En una tercera instancia vino el ataque y
descalificación hacia el pueblo paraguayo en su conjunto, presentado como
esclavizado e ignorante y descalificado hasta étnicamente. Sin embargo, nunca
se logró que la guerra fuera popular en Argentina, salvo en un primer momento y
en la ciudad de Buenos Aires. A los opositores a la guerra como Alberdi se los
tachó de traidores a la Patria, y algunos, como Guido y Spano, fueron
encarcelados con aplauso del periodismo oficial.
LA
DOBLE MANIFESTACION DE LA OPOSICION A LA GUERRA.
Hubo una oposición que no llegó a plasmarse en
la prensa, pero que se manifestó en motines, cartas privadas y resistencias al
reclutamiento y a la participación militar. León Pomer cita el recibo de un
herrero catamarqueño por la confección de doscientos grillos para “los
voluntarios” que debían marchar al Paraguay.[17] Tambien se registró el
fusilamiento “por sorteo” de sublevados en Catamarca. [18]
Comprometido por motivos políticos con el apoyo a la guerra, el general
Urquiza debió sufrir dos veces desaires propios de la transición de la sociedad
caudillesca a la sociedad disciplinaria: las desbandadas de tropas. En Basualdo,
el 3 de julio de 1865, desertaron tres mil reclutas aprovechando la momentánea
ausencia de Urquiza. El caudillo entrerriano fue advertido por López Jordan,
por el coronel Juan Luis González y hasta por su propio hijo Justo Carmelo, de que
los paisanos entrerrianos no querían participar de la guerra. Una nueva
convocatoria logró reunir 6000 reclutas, a pie, (pues Urquiza había vendido
todos los caballos a la Alianza); el 8 de noviembre la división de Gualeguaychú desertó
en masa, y pronto la imitaron los demás. Esta vez se ordenó fusilar a los
desertores capturados con el auxilio de los soldados brasileños y uruguayos
Estos incidentes redujeron considerablemente la
participación entrerriana en la guerra, limitada a negocios de venta de
provisiones y a la incorporación de dos batallones de infantería, que fueron
embarcados en Concepción por Urquiza en persona bajo amenaza de volarles la
cabeza in situ a los que se resistieran.
De mayor envergadura fue la
sublevación cuyana. Ante la neutralización del partido federal orgánico, expresiones
políticas residuales ocuparon su lugar. El federal urquicista Felipe Varela, desde
Chile, alentado ideológicamente por el círculo intelectual de la Unión Americana,
organiza una campaña sobre Cuyo a fines de 1866 con la ayuda de 150 soldados
chilenos mal armados. En concomitancia se produce en Mendoza la sublevación de
los Colorados, tropas que se niegan a partir a la Guerra del Paraguay y destituyen
al gobernador. La rebelión se extiende rápidamente a San Juan, La Rioja, San
Luis, Catamarca y cuenta con la simpatía de las autoridades cordobesas. Varela
lanza el 10 de diciembre de 1866 en Jáchal su famosa proclama, en la que sostiene que el glorioso
pabellón de mayo, en las “ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre”, ha sido arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuty, Curuzú y Curupayty, quedando la nación “empeñada en
más de cien millones y comprometido su alto nombre”. Varela atribuía todo al “odio
fratricida” de los porteños a los provincianos, por el que
muchos pueblos habían sido “desolados, saqueados y asesinados”. Agrega que: “nuestro
programa es la práctica estricta de la constitución jurada, del orden común, la
paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas
americanas."[19] En poco tiempo Varela pasó de 150 soldados
chilenos prestados a reunir casi 5.000 montoneros y unos cuantos centenares de
indios ranqueles: la fuerza federal más importante desde Pavón. La
posibilidad de que esta rebelión se volviera incontenible obligó a Mitre
(diligentemente asistido por la simpatía británica) a abandonar la jefatura de
los ejércitos aliados en el Paraguay y regresar a Rosario para organizar la
represión interna. La derrota federal de Pozo de Vargas comenzó a revertir el
cuadro, que quedaría reducido a una guerra de guerrillas y concluiría con la
retirada de Varela a Bolivia.
En la provincia de Corrientes, tocada
de cerca por la guerra, hubo un grupo considerable de correntinos relacionados
con el comercio de la yerba mate, que apoyaron la causa paraguaya, y a los que
se llamó “yerbócratas” o “paraguayistas”. No consideraban a Paraguay un enemigo
por vínculos históricos y se sentían agredidos por la política liberal porteña.
Muchos de ellos serían luego juzgados como traidores a la patria.[20]
LA
OPOSICIÓN INTELECTUAL
En las entonces llamadas “clases
ilustradas” hubo distintos grados de oposición. Si bien gran parte de la prensa
se sumó inicialmente al apoyo a la guerra, no faltaron voces disidentes, que se
fueron haciendo más numerosas a medida que la guerra se prolongaba, y sobre
todo a partir de Curupaytí y de la revelación del tratado secreto que dio pie a
la triple alianza, revelando que el plan de atacar al Paraguay era anterior a
las acciones de Lopez.
El más ilustre opositor intelectual
a la guerra fue Alberdi. Lo hizo en varios planos complementarios:
1)
Mediante la polémica directa con el mitrismo en cartas públicas y artículos. El publicista
tucumano escribió, en total, entre 1865 y 1869, seis ensayos sobre el tema: “Las
disensiones de las Repúblicas del Plata y las maquinaciones del Brasil” (1865);
“Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil” (1865) ; “La
crisis de 1866 y los efectos de la guerra de los aliados en el orden
económico y político de las repúblicas del Plata” (1866); “Tratado de la
Alianza contra el Paraguay” (1866) “Las dos guerras del Plata y su filiación en
1867” (1867) y “El Imperio del Brasil ante las democracias de América” (1869).[21] Ya hemos sintetizado sus
principales ideas, pero cabe resaltar su explicación de la resistencia del
ejército paraguayo, un “pueblo en armas”. Es “superior al del Brasil
porque se compone de ciudadanos, no de aventureros, de esclavos y de hombres
venales. Esos ciudadanos son libres en el mejor sentido, en cuanto viven de sus
medios, no del Estado. El que tiene un pedazo de tierra, un techo, una familia,
y debe a su trabajo el sustento de su vida, ese hombre es señor de si mismo, es
decir, libre en el mejor sentido. (..). Todo soldado paraguayo sabe leer, y
raro es el que no sabe escribir y contar. (…) Comparad con el soldado del
Paraguay el soldado de Brasil, por el lado de las condiciones que dejamos
señaladas, y veréis que nada es más lógico que lo que está sucediendo en esa
inacabable guerra. El soldado imperial, encargado de dar libertad al ciudadano
del Paraguay, no es él mismo un ciudadano, es un súbdito de un monarca. No solo
carece de propiedad sino que él mismo fue la propiedad de su amo el día
precedente, y si ha dejado de ser cosa, no es para ser ciudadano, ni ejercer
las libertades de tal (…). En el Brasil (…) la tierra es el patrimonio de una minoría
oligárquica y el sustento del hombre, como en África, es eventual o contingente
(…). El poder no está en el número de los soldados, sino en el temple de las
almas, en la conciencia fuerte de la justicia de su causa, en la abnegación y
el desinterés patriótico. Ese recurso abunda en Paraguay y falta en Brasil”[22]
2)
Alberdi mantuvo además una correspondencia privada con distintos actores, como
el diplomático paraguayo Gregorio Benites, con quien tenía amistad, y a quien
aconsejaba cómo abordar la comunicación de la guerra ante las potencias
europeas, llegando a proponer que se instigara la sublevación de los esclavos
en territorio brasilero. Es dable señalar que el propio Benites reconoce que
Alberdi no pretendía recompensa alguna, que actuaba por interés patriótico y
que sólo esperaba que, si el Paraguay resultaba triunfante, ayudaría a la
Argentina en la lucha contra la tiranía de Buenos Aires.[23] En carta del del 20 de octubre de 1868 lo
instruye sobre el modo de aprovechar la cuestión de la esclavitud para “paralizar
el ascendiente dominador del Brasil”. Recomienda hacer con ese Imperio
“lo que él hace con nosotros: llevarle a su seno la agitación y el conflicto. (…)
Abolir la esclavitud de los negros, es crear nuestro ejército republicano de
vanguardia en el corazón del Brasil. Ud. puede hacer mucho en este sentido. Es
un digno trabajo de los diplomáticos de la América republicana en París.” [24]
·3)Compuso
asimismo una de sus obras más notables como aporte de teorización contra la
guerra con puntos en contacto con Grocio y con la “Paz Perpetua” de Kant: “El
crimen de la Guerra”, que fue escrita en 1869 pero recién se publicó en 1895
(veintiséis años después) en el volumen II de los Escritos póstumos,
con considerables adulteraciones y hasta la eliminación de párrafos enteros. Si
bien esta obra no se refiere expresamente a la guerra del Paraguay, fue
directamente inspirada en ella. Es un libro muy notable: con razón se dijo que
si hubiera sido publicado por un europeo y no por un sudamericano habría dado a
su autor renombre universal. Contiene una exposición sistemática de los
argumentos jurídicos, morales y económicos en contra de la guerra. Obra cumbre de
un gran pacifista y un humanista convencido, es la condenación de la guerra en
todas sus formas, de la guerra como práctica internacional, del culto de la
guerra y de las glorias militares, de la santificación de las matanzas y los
crímenes que la guerra trae aparejados. Alberdi se revela como un gran teórico
del Derecho Internacional, un precursor. Anticipando soluciones que tardarían
décadas en alcanzarse, previó la organización de una Sociedad de Naciones, la
conformación de una Justicia Penal Internacional que castigara a los
responsables del crimen de la guerra y la protección internacional de los
derechos humanos frente a las violaciones que los Estados infligen a sus nacionales.
“El crimen de la guerra –dice al comienzo de su libro-. Esta palabra nos
sorprende sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la
realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho
del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande
escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la
guerra.” “Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del
mundo. La guerra los sanciona y los convierte en actos honestos y legítimos,
viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido
espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización”. “Si
el derecho es uno –argumenta- ¿puede la guerra, que es un crimen entre
los particulares, ser un derecho entre las naciones?” Anticipando un futuro de dictaduras militares
latinoamericanas, señala que el Ejército terminará por convertirse en un “Estado
en el Estado”. La guerra trae consigo “la ciencia y el arte de la guerra, el
soldado de profesión, el cuartel, la caserna, el ejército, la disciplina, y a
la imagen de este mundo excepcional y privilegiado se forma y moldea poco a
poco la sociedad entera”. Las glorias militares, insiste Alberdi, “tienen por
precio la libertad”. La guerra sólo es justa cuando tiene como objetivo
la liberación nacional. “Lejos de ser un crimen, la guerra de la independencia
de Sud América fue un grande acto de justicia por parte de ese país”, escribe,
pero insiste en que es un logro de los pueblos y no de un general afortunado. Propone
la persecución penal internacional. “Si la guerra es un crimen, el primer
culpable de ese crimen es el soberano que la emprende... Si estos actos son el
homicidio, el incendio, el saqueo, el despojo, los jefes de las naciones en
guerra deben ser declarados, cuando la guerra es reconocida como injusta, como
verdaderos asesinos, incendiarios, ladrones, expoliadores, etc.” Lleva
sus concepciones contra la guerra a la proposición de un orden internacional
fundado en la existencia de un “pueblo-mundo”, el “pueblo compuesto de pueblos
que llamamos el género humano”. La evolución del derecho internacional no hizo
más que confirmar el carácter visionario de Alberdi, ese gran humanista
práctico y pacifista militante.[25]
Repasemos brevemente otras voces:
Juan María Gutiérrez refleja
el malestar de la intelectualidad argentina en cartas privadas donde sostiene “La
Argentina está comprometida en una guerra estéril bajo todos los conceptos (…) Estamos
metidos en un berenjenal del que, derrotados o victoriosos, no sacaremos sino
males más o menos próximos”[26].
El coronel Alvaro Barros, de
destacada actuación contra los indios, se pregunta: “Algunos actos secretos de
provocación produjeron el ataque armado
contra dos buques argentinos”, pero una vez arrojado el invasor de Corrientes, “¿Qué
intereses hicieron continuar la guerra…?”
Entre los intelectuales y plumas de la época
que se pronunciaron contra la guerra del Paraguay destacan: Carlos Guido y
Spano, Olegario V. Andrade, Miguel Navarro Viola, José Hernández.[27]
Guido y Spano tomó valientemente la defensa del
Paraguay y la condenación de la guerra, al punto de que Mitre ordenó su arresto.
Su
hermoso poema “Nenia” reflejaba de manera poderosa la desolación del país
vencido.
¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú
¡llora, llora urutaú! [28]
La prensa mitrista se burlaba de estos versos
de alto impacto, diciendo que ni Guido Spano había nacido en el Paraguay, ni el
yatay tiene ramas ni el Paraguay ha dejado de existir. Pero la belleza del
poema le ha merecido el destino que Manuel Machado consideraba el máximo honor
de las coplas: el volverse anónimo a fuerza de ser popular.
En su muy valiente ensayo “El Gobierno y
la Alianza” (1866)[29], hace un repaso objetivo
de todos los antecedentes de la guerra, comenzando con la intervención en el Uruguay,
y desarrolla con profusión de argumentos su opinión condenatoria de la guerra,
de la administración Mitre y de la alianza con el Brasil.
Otro poeta, Olegario V. Andrade, otrora protegido
de Urquiza y secretario personal del Presidente Derqui, fundó
en 1864 el periódico El Porvenir, en el que criticó fuertemente la Guerra del Paraguay. Dos años después, en el
folleto “Las dos políticas: consideraciones de actualidad”[30],
retoma el tema alberdiano de las divergencias insalvables entre los intereses
porteños y los del interior del país. Mitre clausuró “El porvenir”, obligando a
Andrade a mudarse a Buenos
Aires para publicar en El Pueblo Argentino, denunciando
que la triple Alianza "derriba por fin con `el hacha de la
iniquidad, las puertas de un pueblo hermano y se sienta sobre sus escombros,
como el genio de la desolación`"[31].
Presenta el antecedente directo de la guerra, el martirio de Paysandú a
manos de los ejércitos y escuadras de Brasil y Uruguay como una premonición, un
símbolo heroico de la resistencia del viejo federalismo provinciano a las
políticas de Buenos Aires. “En
Paysandú está el sepulcro de Leónidas” -escribe, y agrega: - “La sombra de
Leandro Gómez vaga por los aires demandando venganza”. En su poema, “A
Paysandú”, escribe:
¡Sombra de Paysandú!
¡Sombra gigante que velas los despojos de la
gloria!
Urna de las reliquias del martirio, ¡espectro
vengador!
¡Sombra de Paysandú! ¡lecho de muerte,
donde la libertad cayó violada!
¡Altar de los supremos sacrificios, santuario
del valor! [32]
En cuanto a José Hernández, ya su hermano Rafael
había luchado junto con otros argentinos en la defensa de Paysandú,
desobedeciendo la consigna neutralista de Urquiza. Herido en
cómbate, Rafael se refugió en la isla de Caridad, hasta donde llegó su hermano
José, acompañado de Carlos Guido y Spano.[33] El autor del Martin Fierro
condenó la guerra y denunció abiertamente sus fines desde las páginas de El
Eco de Corrientes (1867), fundado por él, y desde las de El
Río de la Plata de Buenos Aires (1869), con la
colaboración de las plumas de Guido y Spano, Agustín de Vedia, Navarro Viola,
Vicente Quesada, Estanislao Zeballos y Mariano Pelliza. Allí vuelve a cuestionar
la guerra del Paraguay rebatiendo los argumentos belicistas e
intima al presidente Sarmiento a que ponga fin a esa contienda “que
nos ha arrebatado millares de argentinos, brazos robustos que la patria
reclamaba para su bienestar y progreso” (El Río de la Plata,
Buenos Aires, 24 de agosto de 1869, editorial), o al menos que el desenlace de
la contienda “le induzca a buscar
el camino de la reparación” (27 de agosto) [34]. Más
tarde, en un discurso legislativo, sostendrá lapidario: “Mitre ha sido la
entidad más funesta que han conocido estos países... él pobló de cadáveres
nuestras campañas con sangrientas intervenciones armadas; holló la soberanía de
las provincias con atentatorias y farisaicas intervenciones pacificas;
consintió la barbarie, de que ha sido objeto el partido federal; hizo enmudecer
la prensa libre, desterrando a los que levantaban su voz para pedir justicia
contra los atentados; sancionó el Tratado de la Triple Alianza, contra las
conveniencias y contra el sentimiento nacional; precipitó al país a la guerra
con el Paraguay, y ha permanecido tres años al frente del ejército para hacer
conocer su impericia e incapacidad militar (...)”[35]
El publicista uruguayo Juan Carlos Gómez, cuyos
artículos incomodaron a Mitre justamente por ser de su misma extracción
política, dirige el 15 de diciembre de 1869 una carta pública al dirigente
porteño, iniciando una polémica resonante. Gomez repudia lo que él llamaba
“tiranía de López”, pero cuestiona en duros términos la alianza con el Brasil y
el hecho de que, al atacar al pueblo paraguayo y victimizar a López en vez de
minarlo políticamente, lo convirtieron en un héroe popular. Acusa a Mitre
de haber reducido “á los pueblos del Plata á un papel secundario, de meros
auxiliares de la acción de la monarquía brasilera”; se ha adulterado la lucha,
“la hemos convertido, de guerra á un tirano, en guerra á un pueblo; hemos dado
al enemigo una noble bandera para el combate; le hemos engendrado espíritu de
causa; le hemos creado una gloria imperecedera, que se levantará siempre contra
nosotros”; “hemos perpetrado el martirio de un pueblo que en presencia de la
dominación extranjera, simbolizada por la monarquía brasilera y no de la
revolución que hubiera simbolizado sólo la república de los pueblos del Plata,
se ha dejado exterminar hombre por hombre, mujer por mujer, niño por niño, como
se dejan exterminar los pueblos varoniles que defienden su independencia y sus
hogares” “La afianza acabará; pero el pueblo paraguayo no se acabará, y la
defensa heroica del Paraguay ha de ser allí la gran bandera”. [36]
En Europa existió
también una importante propaganda periodística como resultado del esfuerzo que
desplegaron los cuatro países beligerantes a través de sus agentes para la
captación de opiniones,[37] y de la que participaron
polemistas europeos como Eliseo Reclus -cuyos artículos fueron publicados
en La Revue des Deux Mondes-, Claude La Poëpe /Charles Expilly,
Theodore Mannequinn y Thomas Hutchintson, a favor de la causa paraguaya.[38] Reclus, uno de los más
célebres geógrafos del siglo XIX, además de notorio teórico y militante
anarquista, denunciaría: “Después
de la guerra, casi toda la superficie del Paraguay, que dejó de ser ocupada,
entró en el dominio público. Dueño de esta inmensa propiedad nacional, el
gobierno la puso en venta, a tanto la legua cuadrada, según el valor de las
tierras y la proximidad de los mercados. Los especuladores argentinos, ingleses
y norteamericanos, se echaron sobre la presa, sin respectar siquiera las
pequeñas porciones donde las familias guaraníes cultivaban el suelo de
generación en generación, sin que hubiera tenido jamás de tener que hacer
constar sus títulos de propiedad… en pocos años los vastos territorios fueron
adjudicados a propietarios ausentes, y en adelante ningún campesino paraguayo
podrá cavar el suelo en la patria sin pagar renta a los banqueros de Nueva
York, Londres, o Ámsterdam”.[39]
Un último episodio para concluir
con la tónica del comienzo: la conformación de un campamento de desertores
escapados de todos los ejércitos: el llamado “Quilombo del Gran Chaco”. En su
carta XXIII sobre la guerra, el viajero, cónsul itinerante y espía inglés
Richard F. Burton (1821-1890), celebérrimo traductor de “Las mil y una noches”
y el “Kamasutra”, cuenta: “del lado opuesto del Río Paraguay, el del Gran
Chaco, se ha fundado un amplio quilombo o establecimiento de fugitivos, donde
brasileños y argentinos, orientales y paraguayos viven juntos en mutua amistad
y en enemistad con el resto del mundo y la guerra”.[40]
Esta curiosa noticia fue disparador para que, en 2001, autores de los
países involucrados en la contienda reflexionen sobre ella a través de la
ficción (Augusto Roa Bastos, Alejandro Maciel, Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno)[41]. No sabemos qué fue de aquellos
fugitivos, rebeldes a la masacre y a los mandones de turno, iniciadores de una utópica
república pacifista, un quilombo de esclavos autoliberados, un falansterio de
veteranos hartos de matanzas, en medio del monte chaqueño. Al menos por un
tiempo, los condenados a ser carne de cañón se rebelaron al destino que les
había impuesto la geopolítica y sus estrategas.
[1] Juan,
11:50
[2] Yunque,
Alvaro, “Leandro N. Alem, el hombre de la multitud”, Bs. As. 1984, Centro
Editor de América Latina.
[3] Alberdi, Juan B., “El crimen de la guerra”, párrafos
extractados de Garin, Javier A, “Manual popular de Derechos humanos”, Buenos
Aires, Ciccus, 2012, paginas 197/201 .
[4] Garin,
Javier A., “El discípulo del Diablo, Vida de Monteagudo”, Bs. As. 2011, Dunken.
[5] Garin,
Javier A., “Anticristo, historia de una profecía jesuítica sudamericana” (2018,
Bs. As. Dunken, ver capítulos Sobre las ruinas de los jesuitas, pag. 63 y sig.,
y La conspiración antijesuítica mundial, pags. 75 y sig.
[6] Idem
[7] Garin,
Javier, “El discípulo del diablo, vida de Monteagudo”, capítulo: “El aprendiz
de Saint Just”
[8] Polémica
de la Triple Alianza : correspondencia cambiada entre el Gral. Mitre y el Dr.
Juan Carlos Gómez... (formato PDF),
Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017; Publicación
original: La Plata : Imp...La Mañana, 1897
[9] Guido
y Spano,. Carlos, “Autobiografía, carta confidencial a un amigo que comete la
indiscreción de publicarla”, Buenos Aires, 1879, en Biblioteca Virtual
Universal, 2006.
[10] Tales
consideraciones provienen de Garin, Javier A. “El último perón”, Buenos Aires,
Dunken, 2014, capítulo 18, “Prócer de la unidad latinoamericana.
[11] Alberdi,
Juan B., “El crimen de la guerra”, párrafos extractados de Garin, Javier A,
“Manual popular de Derechos humanos”, Buenos Aires, Ciccus, 2012, paginas
197/201
[12] Polémica
de la Triple Alianza : correspondencia cambiada entre el Gral. Mitre y el Dr.
Juan Carlos Gómez... (formato PDF), Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 2017; Publicación original: La Plata : Imp...La Mañana, 1897, pagina
87.
[13] HALPERÍN
DONGHI, T. (1982): Una Nación para el desierto argentino, Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina, Biblioteca Básica Argentina.
[14] Alberdi,
Juan B, “Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil”
(1865)
[15] Alberdi,
Juan B. citado por Pomer Leon en “La guerra del Paraguay: estado, política y
negocios”, Ed.Colihue.
[16] Alberdi,
Juan B, Obras completas, tomo VII, Bs. As., La Tribuna Nacional, 1887
[17] Pomer
León, La Guerra del Paraguay, Centro Editor de América Latina, 1971. Cita un
recibo de un herrero catamarqueño del 5 de noviembre de 1867, al gobernador
Maubecin, que textualmente dice: “Recibí del gobierno de la provincia de
Catamarca, la suma de 40 pesos bolivianos, por la construcción de 200 grillos
para los voluntarios catamarqueños, que marchan a la guerra contra el
Paraguay.”
[18] Armando
Raúl Bazán – La Pena de Muerte por Sorteo en Catamarca, citado en http://www.lagazeta.com.ar/voluntarios.htm
[19] Baratta
Victoria M, La Guerra del Paraguay y la construcción de la identidad nacional,
Sb editorial.
[20] Brezzo
Liliana M.; La guerra de la Triple Alianza en los límites de la ortodoxia:
mitos y tabúes”,
Revista Universum Nº 19 Vol.1 :10 - 27, 2004
[21] Brezzo,
Liliana M. (UCA / CONICET). (2007). Los mecanismos de exaltación de Juan
Bautista Alberdi en Paraguay: entre las responsabilidades nacionalistas y el
revisionismo histórico. XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia.
Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de
Tucumán, San Miguel de Tucumán.
[22] Juan
Bautista Alberdi, citado por O´Leary, Juan, Historia de la guerra de la Triple
Alianza”, p.90
[23]
Brezzo, Liliana M., en
https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/la-propaganda-paraguaya-en-europa-durante-la-guerra-grande-1508406.html
[24] Epistolario
inédito (1864-1883): Agosto 1864-octubre 1871 Juan Bautista Alberdi, Gregorio
Benítes
Academia Paraguaya de Historia, 2006 – pagina 261.
[25] Alberdi,
Juan B., “El crimen de la guerra”, párrafos extractados de Garin, Javier A,
“Manual popular de Derechos humanos”, Buenos Aires, Ciccus, 2012, paginas
197/201 ..
[26]
Yunque Alvaro, op cit, tomo 1, pag.94.
[27]
Ramirez Brachi, Dardo, LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA COMO TEMA POLÍTICO E
IDEOLÓGICO EN JUAN BAUTISTA ALBERDI. P 152
[28] GUIDO
Y SPANO , CARLOS poema Nenia.
[29] GUIDO
Y SPANO , CARLOS , El gobierno y la alianza , consideraciones políticas .
Buenos Aires , 1866 . H. D.
[30] Olegario
Víctor Andrade, José Hernández, “Las dos políticas, consideraciones de
actualidad”,Editorial Devenir, 1957
[31] https://www.telam.com.ar/notas/201408/74475-guerra-de-la-triple-alianza-paraguay-historia-francisco-solano-lopez.html
[32]
Andrade, Olegario V., obra poética completa, pag. 224, disponible en https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/texto_andrade.pdf
[33]
Ver Rela Walter, “Artículos periodísticos de José Hernández en «La Patria» de
Montevideo (1874)”, en Biblioteca Virtual Cervantes.
[34] Rivera,
Enrique, op. Cit. José Hernández y la guerra del Paraguay,
Buenos Aires, Indoamérica, 1004., p. 96
y ss. Véase colección de El Río de lo Plata en la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires, n.º 30.669..
[35] 3
Hernández, José. “Prosas y oratoria parlamentarias”. Ed. Rafael Oscar Ielpi.
Buenos Aires. Editorial Biblioteca. Afio 1974. Pág. 83., citado por Ramirez
Braschi, Dardo, “LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA COMO TEMA POLÍTICO E IDEOLÓGICO
EN JUAN BAUTISTA ALBERDI”, disponible en internet.
[36]
Polémica de la Triple Alianza : correspondencia cambiada entre el Gral. Mitre y
el Dr. Juan Carlos Gómez... (formato PDF), Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 2017; Publicación original: La Plata : Imp...La Mañana, 1897
[37]Johansson,
María Lucrecia, “Detrás de las noticias: vínculos entre diplomáticos y prensa
europea durante la guerra del Paraguay”, Travesía (San Miguel de Tucumán)
vol.19 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2017 *
[38] Brezzo,
Liliana M., 150 años de la guerra del Paraguay: nuevos enfoques teóricos y
perspectivas historiográficas. Primera parte, en www.scielo.org.ar
[39] (Reclus,
Eliseo: “Paraguay”.pág. 87 – García Mellid, Atilio, Proceso a los
falsificadores de la Historia del Paraguay. t.II.pág.478)
[40]
Burton Richard F, “Cartas desde los campos de batalla del Paraguay”, Libreria
El Foro, 1998.
[41]
Roa Bastos y otros, “Los conjurados del
quilombo del Gran Chaco”, Alfaguara 2001.
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