¿FOUCAULT Y GAUGUIN DEBEN SER CANCELADOS POR "PEDÓFILOS"? Por Javier Garin

 


Por Javier Garin



         Tengo un serio problema, soy abogado penalista. Mi formación jurídica -que puede considerarse en ciertos casos "deformación profesional"- me impone algunas máximas de derecho penal de las que no logro librarme fácilmente. 

           Una es la presunción de inocencia. Creo en la necesidad de que las acusaciones sean probadas. Creo en cosas tan extrañas como que la duda beneficia al acusado.

            Tambien creo en el principio de legalidad. Para que algo sea considerado un crimen, debe estar penalizado por la ley (o la costumbre) antes de que el hecho se cometa. Creo, de modo ridículo, que las normas penales no se aplican retroactivamente, que no se puede castigar como transgresión algo que al momento de ser cometido estaba permitido o tolerado.

            Debido a mi modesta condición de escritor, y mi amor al arte y el pensamiento, contraje una rara locura: me apasiona la libertad de expresión. Aborrezco la censura. Creo que es preferible el exceso de libertad a su falta. He vivido parte de mi existencia bajo dictaduras que llegaron a prohibir hasta "El principito". Entonces, ¿cómo podría no tener fobia a los censores? Si no es mediante la libre discusión y difusión de las ideas, ¿cómo hacen estas para progresar?

            De mi otra vocación, la historia, adquirí deformaciones profesionales también extrañas y molestas. Por ejemplo, la creencia inveterada de que las normas morales son un producto del devenir social y difieren de unas sociedades y épocas a otras. Lo que hoy y aquí está mal, ayer y allí estaba bien o al menos era permitido. Doy por hecho que no se puede abrir juicios de valor descontextualizados, porque no hay una moral eterna e inmodificable. Tal vez la haya en los cielos, no en las sociedades humanas.

          Creo, finalmente, que hay una "arrogancia del presente", un "colonialismo restrospectivo", o, para llamarlo de algún modo (perdon por el neologismo), un "hodie-centrismo", una tendencia a considerar las concepciones y percepciones del hoy como superiores, como la vara aplicable a todos los tiempos. Derivación de la falacia del progreso indefinido, damos por cierto que los hombres y mujeres del pasado eran más tontos, más salvajes, más inhumanos que los de hoy,... aunque los de hoy dejamos bastante que desear. Subestimar a la humanidad pretérita no nos impide aplicarle retrospectivamente nuestras normas morales "superiores" y condenar a los actores del pasado con criterios del presente
              La pregunta del título no es ociosa: evidencia que la sociedad actual, afortunadamente, se permite mirar con ojos críticos las conductas de quienes, hasta no hace mucho tiempo, se consideraban por encima o al margen de las normas. 
               Sin embargo, cuando aparece de modo público una acusación tan grave como la de pedofilia, y se intenta fundar en ella la "cancelación" de un pensador o un artista que ha hecho aportes culturales significativos, antes de sumarme a la caza de brujas y las voces de repudio paso las imputaciones por el tamiz de mis "deformaciones profesionales" inveteradas. Tomemos dos casos notorios en pleno debate: la presunta pedofilia de Foucault y Gauguin.

IMPUTADO: MICHEL FOUCAULT

            De comprobarse la acusación de Guy Sorman, estamos ante un caso de considerable gravedad, pues Foucault, en una etapa remota de su vida, habría tenido relaciones con niños pequeños, no ya con jóvenes, aprovechando la permisividad de una sociedad pobre, en proceso de emancipación de sus lazos coloniales, usufructuando al mismo tiempo su condicion de blanco rico y estrella intelectual.
            Tiene razón Sorman cuando afirma que la estatura académica de Foucault no debe otorgarle un bill de inmunidad, y que el medio intelectual y social ha sido permisivo con intelectuales y artistas que, en su vida privada, cometieron actos impropios o aberrantes. 
             La filiación ideológica no puede convertirse en pantalla ni hacer excusables las trasngresiones de alguien porque lleve puesta una camiseta de nuestro agrado. Cuando Althuser cometió femicidio, en estado de locura, hubo sectores que inicialmente se negaron incluso a creerlo pese a su propia confesión, debido a la solidaridad ideológica con el pensador marxista.
            Pero, del mismo modo, la antipatía hacia una figura pública, por sus ideas, su militancia o su elección sexual (y admitamos que existe mucha homofobia contra Foucault entre sus condenadores) no puede lllevar a condenarlo sin pruebas.
            Se me dirá que el "caso Foucault" no se trata de un proceso penal ante los tribunales, y que no rigen aquí las normas probatorias judiciales. Pero dado que las consecuencias de la "cancelación" respecto de las aportaciones intelectuales del filósofo francés podrían resultar tan severas  para su obra como una condena de prisión lo habría sido para su libertad, no puedo menos que exigir contundencia en las pruebas que se invocan.
           No puedo afirmar ni negar que Foucault fuera pedófilo: lo presumo inocente mientras no prueben lo contrario.Y debo ser tanto más severo en mi juicio crítico de las pruebas acusatorias cuanto que el reo está privado de ejercer el derecho de defensa desde la ultratumba.
           Si esto fuera un juicio ante los tribunales, tendríamos que analizar si existen pruebas directas, por ejemplo testigos, y valorar críticamente esos testimonios.
           Tambien deberíamos tener en cuenta los indicios que contribuyen a formar un plexo probatorio.
           Habría que demostrar, en primer lugar, la existencia del delito y luego la autoría responsable.
            Sobre el particular, sólo se ha aportado un testimonio: el de Guy Sorman.
             Si bien un testigo único puede ser suficiente, deben extremarse los recaudos para su valoración.  Al respecto, llama la atención que, ante la supuesta "notoriedad" que Sorman atribuye a la pedofilia de Foucault, no se hayan hecho oir hasta ahora otras voces acusatorias que la del propio denunciador. Es posible que en el futuro se destapen nuevos elementos de los que hoy no disponemos, pero este es el estado actual del asunto.
           Sorman alega que la autoridad y prestigio de Foucault eran tan grandes que inhibían a los testigos de denunciarlo, pero que "se sabía". Esto escapa a la posibilidad del juicio público, ya que el rumor constituye un elemento fatalmente débil y falible. Se necesitan algo más que rumores. De manera que seguimos dependiendo de las afirmaciones de Sorman.
          Conspiran contra su credibilidad la demora de décadas en denunciar el hecho, la evidente animosidad política e ideológica que todos sus comentarios y reflexiones exhiben respecto del "acusado", y cierto oportunismo sospechoso por el cual la espectacularidad de la denuncia se ha convertido en el principal instrumento publicitario del libro que contiene la misma.
         ¿Es suficiente ello para descartar el testimonio de Sorman? Ciertamente  no. Pero abre el espacio a muchas dudas.
          Si a tales dudas sumamos su propio silencio y la vaguedad o inexactitud de las circunstancias de tiempo (Foucault no habría residido en Tunez en la época en cuestión: tal vez se trata de una falla de memoria), y la escasa verosimilitud del empleo de un cementerio  para fiestas sexuales con niños sin que nadie reportara el escándalo, cuesta formarse una convicción indubitable.
           Deberíamos saber también si Sorman vio a Foucault mantener relaciones sexuales con niños o sólo presenció una escena preparatoria y dedujo lo restante. Suponemos que se trata de lo segundo, lo cual no significa que no tenga razón en sus inferencias, pero disminuye la fuerza de convicción de sus dichos.
           Los indicios que se invocan a falta de pruebas son las opiniones vertidas por el filósofo, no en soledad, sino junto a otras notorias figuras de la cultura y el activismo franceses, en torno a la discusión de propuestas legislativas para modificar la edad requerida para el consentimiento de las relaciones sexuales.
           Creo que este indicio podría tener cierto peso si Foucault hubiera sido el único en problematizar en el foro público el tema, y no se hubiese tratado de un debate apasionado en el que intervinieron en sentido similar muchos otros intelectuales, como parte de un clima de época.
           El sólo hecho de que se discutiera una reforma de la ley penal francesa para disminuir la edad del consentimiento sexual en los adolescentes, y que se llegara a formar una comisión legislativa para analizar el tema, demuestra que no se trató de manifestaciones de la "inclinación pedófila de Foucault", sino de una discusión de la sociedad en su conjunto.
             Los argumentos pueden ser plausibles o inaceptables: esa es otra cuestión. Pero intervenir en un debate acerca de una ley no convierte a los participantes en impulsores de conductas ilícitas. Hablar a favor de la despenalización del aborto no nos hace reos de ese delito; opinar que la persecución penal de la protitución o la droga es inconveniente o ineficaz nos nos transforma en proxenetas o narcos; discutir la edad del consentimiento sexual no es un certificado de pedofilia.
           En resumidas cuentas, no podemos descartar per se el testimonio de Sorman ni afirmar que miente ex profeso, más allá de su enemistad e interés personal, pero a falta de otros indicios y testimonios corroboratorios, las pruebas presentadas, que se reducen a un acto de fe en que Sorman no miente o no se equivoca en sus inferencias, no permiten arribar a una convicción fundada y cierta que habilite una condena "cancelatoria".
          Habrá quienes crean a Sorman, quienes rechacen su testimonio y quienes prefieran acordar al reo el beneficio de la duda. La obra monumental de Foucault sufrirá embestidas y será reexaminada a la luz de estas imputaciones, pero ciertamente no se puede cancelar sobre esta base. Lo más sensato, por el momento parece poner en suspenso un juicio definitivo sobre la conducta personal de Foucault, sin pasar por alto ni convalidar las acusaciones de Sorman, pero sin suprimir una aportación intelectual que ha sido de fundamental importancia para la filosofía y las ciencias sociales.
          De lo contrario, bastaría que cualquiera, más de medio siglo después de los supuestos hechos, acusara  a cualquier personalidad fallecida de un crimen horrible para hacer caer sobre la memoria del acusado una infamia ilevantable, sin derecho de defensa ni tribunal de apelación.

IMPUTADO: PAUL GAUGUIN

           Nadie discute la extraordinaria calidad artística de Gauguin ni sus aportaciones fundamentales a la evolución del arte pictórico. Sus cuadros son hermosos, enormemente populares y se venden en sumas fabulosas. Sin embargo, se discute si deben o no ser exhibidos  en los museos bajo acusaciones tan graves como "machismo", "misoginia", "pedofilia", "pornografía infantil", "turismo sexual", "arrogancia colonialista" y "racismo".
           La biografía de Gauguin es bien conocida y no se caracteriza por su "corrección" y "decencia". Pendenciero, violento, gran bebedor, voluptuoso, libertino. Para ir detrás de su utopía artística, abandonó a su mujer y cinco hijos. Se instaló en Tahití pregonando el retorno al estado de naturaleza o por lo menos la perención de las normas de la civilización europea, autocalificándose de salvaje. Se unió en pareja con dos adolescentes, una de las cuales tenía trece años  (fue modelo de varias de sus más hermosas pinturas), y la otra catorce. Su arte rompió asimismo con las convenciones para exaltar el primitivismo.
        ¿Podemos condenarlo moralmente y cancelar la exhibición de sus obras sin tener en cuenta el contexto de época y los usos y costumbres polinésicos? 
         En una reciente muestra de la National Gallery el cuadro titulado "Merahi metua no Tehamana" (Los ancestros de Tehamana), de 1893, iba acompañado del siguiente texto de advertencia moralizante: "El artista tuvo relaciones sexuales con chicas jóvenes, casándose con dos de ellas con las que tuvo hijos. Gauguin, sin dudas, abusó de su posición de occidental privilegiado para aprovechar al máximo las libertades sexuales disponibles para él". No explicaba las cualidades estéticas del cuadro, explicaba la inmoralidad del artista...
        Inmediatamente, el New York Times salió a plantear el debate sobre la conveniencia de ... "¡cancelar a Gauguin!"
        No es mi intención justificar o aplaudir la elección de vida de Gauguin o el aprovechamiento de los privilegios de que gozaba respecto de los nativos por su condición de europeo, ni mucho menos avalar o recomendar su repudiable conducta. Sólo sostengo que no se la puede enjuiciar descontextualizadamente. Y que, por censurable o chocante que nos parezca a la luz de las costumbres occidentales de hoy, ello no puede ser obstáculo para la exhibición y disfrute público de sus pinturas.
         No se trata de si está bien y es moralmente aceptable en Nueva York de 2021 que un hombre en edad madura forme pareja con dos mujeres adolescentes, porque Paul Gauguin no vivió en Nueva York ni en 2021. Vivió en Tahití hace más de un siglo.
        En la sociedad polinésica de entonces, el casamiento o concubinato con jovenes en edad núbil era normal, legal, corriente y aceptado.  Gauguin se unió de acuerdo con las normas locales y con el consentimiento de las jóvenes y de sus padres. Ello no convierte en loables sus acciones, que siguen siendo abusivas, pero las sitúa en otro contexto. 
        ¿Es horrible que una niña de trece años forme pareja con un hombre maduro? Sí, es horrible. En la sociedad polinésica de entonces era admitido y no se consideraba pedofilia.
        En la antigua Israel de tiempos del Segundo Templo, la edad admitida para casarse eran los trece años. Algunos lo niegan, pero no parece dudoso. San José se casó con Santa María siendo un hombre cincuentón (algunos dicen que octogenario) y ella una niña. Hay ridículos esfuerzos actuales por atribuir a María veinte años, pero la tradición indica que tenía catorce cuando su madre le anunció que iba a casarse y habría sido madre a los quince. Dejando a un lado el dogma de la virginidad de María, que obliga a los creyentes, no a los historiadores, para las normas de hoy resulta repugnante algo que entonces era comúnmente aceptado. Y como San José, según el Evangelio de San Mateo, 1, 25, "conoció" a su esposa después de parir a Jesús, resultaría que el anciano carpintero... ¡devino pedófilo dos mil años después! No debe extrañarnos si alguien propone "cancelar" la Sagrada Familia.
            Tampoco extrañaría que a alguien se le ocurra "cancelar" a San Martin por haberse casado cuarentón con la quinceañera Remeditos, unión de conveniencia que -dicho sea de paso- dejó mucho que desear desde el punto de vista de la concordia conyugal. San Martin llegó a echar a Remeditos de Mendoza estando gravemente enferma y enviarla a Buenos Aires en un carruaje acompañado de una carreta con el ataúd, por si se moría en el camino... Nuestro ejemplar Padre de la Patria no fue un marido muy considerado que digamos, pero no por eso hemos de retirarlo del altar de la Patria.
           Se argumenta: Gauguin, si hubiera vivido en Francia, no podría haber tenido esposas adolescentes. En efecto, la edad matrimonial mínima para las mujeres en Francia había pasado de 12 años a 15 gracias a la Revolución Francesa y el Codígo Napoleon de 1804 (recién en 2005 se elevó a 18 años). Pero lo cierto es que no vivía en Francia, vivía en Tahití, y se integró a  esa sociedad. No fue a hacer "turismo sexual", como aseveran, sino a vivir con los nativos, se adaptó a sus costumbres y contrajo uniones de acuerdo a los usos locales.Turismo sexual hacen los pervertidos europeos que van a comprar favores sexuales a Tailandia en el presente, y no parece adecuado retroyectarlo a Gauguin.
          El eurocentrismo y hodiecentrismo de los críticos de Gauguin es contradictorio, pues creen que las normas morales que ellos profesan son superiores a las de los polinesios. Se dirá que lo que se cuestiona no es la moral polinesia sino la conducta de Gauguin ,que era europeo, pero tampoco se entiende por qué casarse con una joven nubil sería un pecado cancelatorio para Gauguin y una conducta elogiable para un hombre polinesio.
         Haber retratado a esta joven y haber pintado desnudos de ella es percibido como un abuso y no como un hecho artístico. Pero la joven era su compañera y la desnudez era normal en Tahití como en cualquier otro pueblo de región cálida y no europeo. Que las niñas, adolescentes y jóvenes en la Polinesia, el Amazonas o Africa no oculten sus pechos sólo es visto como "pornografía" por las mentes pervertidas de los occidentales. La suciedad está en el observador, no en la desnudez.
            Los usos y constumbres polinésicos en aquellos tiempos aparecen magníficamente descriptos por Jack London y Somerset Maugham en sus cuentos de los mares del sur, y se advierte al leerlos que las normas de moralidad sexual de la Europa de entonces y de hoy nada tenían que ver con las prácticas de aquellas sociedades, en las que el casamiento adolescente, repudiable. concuerdo, era sin embargo la norma.
          Por tanto la "cancelación" de Gauguin en los museos sólo perjudica a la gente del pueblo que no podrá disfrutar sus obras. Un ricachón que pagó trescientos millones de dólares por un retrato de la joven esposa de Gauguin puede admirarlo en la sala de su mansión, pero el público común no debería acceder a estas obras porque los moralistas "bien pensantes" no quieren. 
           El público común, para estos Torquemadas, no es tan inteligente como el ricachón y no puede discernir por sí mismo...
         Dicen que una pintura de un cuerpo femenino polinésico cosifica a las mujeres de esa comunidad, ¿pero qué opinan del David de Miguel Angel? ¿Debe ser también prohibido por cosificar a un bello joven italiano del Renacimiento?
          El grado de ridiculez y disparate de toda esta moralina victoriana rediviva es insoportable, y no nos ocuparíamos de ello si no estuviera en riesgo el acceso público a los bienes culturales que se pretenden cancelar.
          Cada cual es libre de repudiar a Gauguin como un libertino europeo casado con jovencitas, y hasta lo acompaño en su repudio, pero "cancelar" la exhibición de sus obras maestras por ese motivo constituye una soberana tontería y un acto de censura victoriana enormemente peligroso y empobrecedor, que recuerda la condena del régimen nazi a las "obras de arte degenerado". Condena que no impidió a los jerarcas nazis acopiar privadamente innumerables obras que segun la filosofía del régimen eran moralmente inaceptables para las "masas ignorantes"...

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