¿Alberto Fernandez fue realmente tan malo? Por Javier Garin.

 


Por Javier Garin



 

             Antes de emprender una autocrítica sistemática del neoperonismo siglo XXI, conviene examinar sumariamente la denostada gestión de Alberto Fernandez, a quien nadie defiende excepto él mismo y un puñado de ex funcionarios, y que todos nos ponemos muy contentos de tener a mano para utilizar como chivo expiatorio ideal de la derrota. ¿Fue un presidente tan malo como lo describe La Nación en el editorial en que le endilga ser el “peor de la historia”, pasando por alto a una larga lista de trágicos dictadores y pésimos gobernantes como De la Rúa o Macri?

               Sin duda no fue un óptimo gobierno, pues de lo contrario el peronismo no habría sido derrotado de manera tan dura. Pero no podemos obviar la seguidilla de adversidades que habrían empañado a cualquier gestión. La  pandemia de COVID, la inflación adicional externa generada por la guerra de Ucrania, los vencimientos de la deuda contraída por su impertérrito predecesor “aficionado a las reposeras”, y la peor sequía de la historia argentina son circunstancias que – aun cuando el Partido  Antiperonista Mediático (PAM), conducido por el tándem “Clarin-La Nación”, se empeñe en negarlo o minimizarlo- no pueden pasarse por alto.

        La respuesta inicial del gobierno de Fernandez a la pandemia fue dudosa, pero a partir de la toma de conciencia de la gravedad del problema, se reaccionó con medidas sanitarias, de aislamiento y de ayuda social paliativa eficaces. Se logró evitar el colapso del derruido sistema sanitario (previamente vaciado por las gestiones de Macri, Vidal y compañía), se lo reforzó y se implementó mecanismos preventivos adecuados. Aunque el Partido  Antiperonista Mediático (PAM) y sus servidores políticos pretendan negarlo, y aludan a significativos números de muertos, lo cierto es que se evitó una tragedia mucho mayor, y Argentina resultó libre de las penosas escenas de Italia, Brasil, Ecuador o Nueva York: la acumulación de cadáveres, las salas de emergencia atestadas, la falta de respiradores, etcétera. Imaginemos lo que habrían dicho los Medios que imparten ordenes y consignas al antiperonismo frente a un amontonamiento de cuerpos y entierros de urgencia en los bosques de Palermo, como sucedió en parques públicos neoyorquinos…

                 Ante la emergencia, el discurso del Partido  Antiperonista Mediático (PAM) resultó contradictorio. Por una parte, no se cansaron de protestar por la “libertad individual” arrollada a manos del Estado totalitario peronista y reclamar el fin de la “cuarentena más larga del mundo y de la historia”, en nombre del irrestricto derecho a morirse contagiado y contagiar a otros sin interferencia estatal. Los prestarrostros del Partido  Antiperonista Mediático (PAM) hacían campaña en forma abierta contra la cuarentena: Macri abogaba, desde una cómoda reposera en aséptico aislamiento, por la necesidad de obligar a los asalariados a concurrir hacinados en el transporte público a trabajar, bajo riesgo de contagio, para no perjudicar la producción; la Bullrich (con menos reposera pero con idéntica irresponsabilidad) encabezaba marchas de protesta por “la libertad” frente a la dictadura sanitaria albertista. Por otra parte, salieron a criticar que el número de muertos fue “muy elevado” en dudosa comparación con otros países. Entonces: ¿era o no era peligrosa la pandemia? ¿Se combatía o no el virus con dióxido de canosa y oraciones del pastor Giménez? ¿Era excesiva la cuarentena o fue insuficiente? Había un abismo lógico en este tipo de argumentaciones simultáneas y autocontradictorias, pero la lógica poco importaba: de lo que se trataba era de promover el descontento. No cuesta imaginar, en ejercicio contrafáctico, que si Macri, Bullrich o el antiestatista Milei hubieran estado a cargo del gobierno, con sus posturas anticuarentena y su conocido desdén por la salud pública, Argentina habría sido arrasada por el virus. 

             ¿Cuáles fueron los peores yerros de Fernandez en esa emergencia? Simbólicos y reales, todos resultaron hábilmente aprovechados por el Partido  Antiperonista Mediático (PAM) para desacreditar y deslegitimar al Presidente, que había cosechado en primera instancia altísimos niveles de adhesión e imagen:

1) El vacunatorio VIP. Un escandalete gratuito debido a la combinación de abuso de poder del entonces Ministro Ginés Gonzalez García (“funcionario eterno” traicionado por una mezcla de soberbia y edad avanzada),  al otorgar preferencias indebidas a personajes vinculados al poder, y de una extraña “buchoneada” del oblicuo Horacio Verbitszky (con la presumible intención de azuzar la interna oficial). Aunque velozmente conjurado, se convirtió en muletilla opositora

2) El festejo en Olivos. Mientras la población sufría las consecuencias del aislamiento, el Presidente se daba el lujo de celebrar una fiesta privada en la residencia presidencial, violando su propio decreto sanitario.

3) Raros manejos con la compra de vacunas. Una suerte de inicial veto “ideológico” a la norteamericana Pfizer (como si los virus entendieran de ideologías o se preocuparan por la geopolítica) azuzó la sospecha de que se intentaba favorecer la compra de Astra Zeneca porque intervenía en su producción un laboratorio supuestamente cercano al poder. Un retraso en la producción combinada con laboratorios de Méjico produjo un “cuello de botella” en el suministro de vacunas.

               He debatido con otros peronistas sobre estos tópicos y la tendencia es a subestimarlos. Se dice que lo del vacunatorio Vip y la fiesta de Olivos son “anécdotas” agrandadas por los medios y se niega la preferencia a Astra Zeneca y el veto a Pfizer. No comparto que se minimicen. Sin duda un gobierno de otro signo habría recibido un blindaje mediático frente a “errores” como los indicados, pero no es cuestión de quejarse de las injusticias de la vida y del tratamiento desigual de los medios. El Partido  Antiperonista Mediático (PAM) y su considerable influencia social son datos de la realidad y obligan a todo gobierno peronista a extremar los recaudos para no quedar expuesto a sus ataques. Las torpezas del vacunatorio VIP y la fiesta de Olivos tuvieron un efecto muy adverso en la opinión.  La fiesta tuvo además el componente descalificador que tan bien expresaba Perón: “del único lugar que no se vuelve es del ridículo”; el Presidente se mostró incapaz de poner límites a su mujer a la hora de festejar o no un cumpleaños… De ser cierto que se boicoteó la adquisición de vacunas Pfizer para favorecer a una empresa amiga -como afirmaban algunos opositores-, ello sería mucho más grave.

             Más allá de tales yerros, la gestión de la pandemia resultó buena, aunque tuvo consecuencias inevitablemente adversas en una economía ya golpeada por la gestión macrista, con alta inflación y elevados niveles de pobreza. De la parálisis pasajera en el nivel de actividad, el país comenzó a recuperarse por efecto rebote recién en la segunda mitad de 2022. Por otra parte, el gobierno debió otorgar paliativos de toda índole a trabajadores, comerciantes y Pymes para afrontar la cuarentena. Tales ayudas, aunque consideradas insuficientes y escasas, contribuyeron a no dejar a nadie desamparado. Fueron un acierto, no sólo desde el punto de vista social, sino también como herramientas para mantener viva la actividad, y dieron impulso a la reactivación post pandemia. Su faz negativa es que, para solventar esas ayudas, fue necesario poner en marcha la “maquinita” (Alvaro Alsogaray dixit), y emitir moneda a niveles muy inflacionarios. La alternativa era peor: equivalía a dejar a la población hundirse en la indigencia por falta de actividad y de ingresos. Es necesario comprender esto cuando se oyen las voces admonitorias de acerbos críticos encolumnados en el Partido  Antiperonista Mediático (PAM). En todo caso, lo criticable fue no haber achicado el gasto en el período post pandemia, pero también allí hay argumentos comprensibles, ya que un ajuste muy severo habría perjudicado la reactivación.

        La guerra de Ucrania cayó en el momento justo para aumentar los perjuicios. Provocó inflación en todo el mundo y elevó el precio del petróleo. El gobierno llevó a cabo una obra de considerable importancia para reducir la dependencia de la importación de hidrocarburos y favorecer el futuro ingreso de divisas: el gasoducto Nestor Kirchner. Obra postergada por el “Presidente de las reposeras”, y ridiculizada por el Partido  Antiperonista Mediático (PAM),  ha pasado a constituirse en una de las claves de la “lluvia de divisas” que se esperan para 2024, y que aliviarían la situación del gobierno de Milei. Ello fue convenientemente soslayado en la discusión mediática.

             No terminábamos de salir de tan exuberante berenjenal cuando se abatió sobre el país una nueva plaga: la sequía. Recorriendo el interior, observé en los campos un espectáculo desolador: siembras enteras arruinadas, hectáreas y más hectáreas marchitas: acongojaba imaginar la gigantesca pérdida económica de los productores y el perjuicio para el país. El habitante de las ciudades parece no haber percibido ni tomado conciencia de la gravedad de esta sequía y del daño que produjo al ingreso esperado de divisas, de una magnitud nunca vista. Aunque se achaque falta de previsión, lo cierto es que  ni los más pesimistas vaticinaban una sequía de tales proporciones. Si no hubo mayor afectación en la calidad de vida, fue porque el equipo económico hizo grandes esfuerzos para mitigar sus efectos.

             A tal multitud de inconvenientes, debemos agregar los problemas autogenerados por una interna cuando menos indiscreta. Perón solía decir que "los peronistas somos como los gatos: creen que nos peleamos pero nos estamos reproduciendo". Sin embargo, las peleas en el nivel más alto de conducción no son para subestimar: acarrean debilidad e ineficiencia de gestión. 

            Todos éramos conscientes de que el gobierno de Fernández constituía una “transición”; los ultrakirchneristas se encargaban de recalcarlo y anunciar que después de Fernandez se iniciaría la “verdadera transformación revolucionaria”. Sin embargo, los sectores autotitulados "duros" no tardaron en desplegar un rosario público de invectivas cuyo propósito pareció ser mellar la vacilante autoridad del Presidente. Reclamaban a Alberto no ser Fidel Castro, ni Chavez, ni el “Che”. Ahora, que gobierna el ultraderechista Milei, estarán arrepentidos…

           Fue por tener un perfil centrista que Alberto resultó designado  candidato presidencial por el “dedo” de Cristina, en una jugada que los propios no vacilarían en calificar de “genial”, que había “sorprendido” y “contribuido magistralmente” a la victoria sobre el “domador de reposeras” en 2019. Cristina, consciente de sus limitaciones frente a la opinión manijeada en su contra, necesitaba un candidato de tales características. Alberto tenía un origen bastante alejado de Fidel y los guevaristas: en los años ochenta se había mostrado cercano a Alfonsín; en los noventa llegó al Congreso en el partido de Domingo Cavallo, de derecha neoliberal; en los dos mil integró el grupo Calafate, encargado de proveer al futuro candidato Nestor Kirchner de una mirada “centrista” y pragmática; luego de la crisis del campo fue eyectado del gobierno, sospechado de “operar para Clarin” y haber filtrado información acerca de una discusión en que Nestor y Cristina habrían llegado al extremo de evaluar una renuncia, sólo impedida por Lula, según dijeron los medios opositores de entonces. En los años siguientes se constituyó en crítico implacable de Cristina y reivindicador de Néstor. No había nada que pudiera señalarse como indicio de que podía convertirse en Chavez, y Cristina lo había elegido precisamente por eso. Sin embargo, a medida que se diluía el empujón inicial de popularidad debido a la pandemia, proliferaron las críticas “de izquierda” en la interna oficialista. Estos son meros ejemplos de lo que se le reprochaba:

-Que no expropió Vicentín. Amagó con expropiarla y luego retrocedió. Muchos de los empeñosos críticos no habían oído hablar jamás de Vicentín, fuera de la Provincia de Santa Fe, y de repente Vicentín pasó a ser el nudo de las contradicciones argentinas. La hasta entonces poco conocida firma era ahora “la empresa testigo” del comercio exterior, la que podía dar al país una herramienta para recuperar sus potestades, embrión del difunto IAPI y de la extinta Junta Nacional de Granos, etc. Sin entrar a analizar la importancia real de una eventual expropiación, los ataques parecían cuando menos exagerados.

-Que no liquidó la Hidrovía.  Un ex funcionario de Cristina, ingeniero naval con intereses en el sector, con presumible visto bueno del Instituto Patria, llegó a plantear que las supuestas defecciones en materia de navegación del Paraná eran tan graves como la renuncia a la soberanía en Malvinas (sic). La Hidrovía, fruto de un acuerdo de integración regional de los años noventa que involucra a Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil y Bolivia, pasó a convertirse en un insulto a la soberanía argentina. Según estos críticos, había que pelearse con todo el Mercosur para defender el disfuncional y arcaico Puerto de Buenos Aires. Había que entrar en conflicto con nuestros hermanos uruguayos para no reconocer que el Puerto de Montevideo es mejor que el de Buenos Aires para los buques de ultramar y poder así arañarles unos mangos a nuestros vecinos. Había que confrontar con la hermana República del Paraguay porque la flota fluvial paraguaya sacaba demasiado provecho de la Hidrovía. La creación de una empresa del Estado para proveer servicios de dragado, chatas areneras y recambio de balizas en el Paraná, que exigía recursos en tiempos de escasez, debía privilegiarse como una “cuestión soberana”, y había que expulsar inmediatamente a la empresa privada que prestaba ese servicio por peaje y sin costo adicional para el Estado. Lo descabellado de tales posturas, multiplicadas en medios y redes oficialistas, revelan una interna en estado puro.

-Que renegoció mal la deuda. El Ministro de Economía Martín Guzman parece ser que no consultaba lo suficiente a los altos mandos extrapresidenciales, y pasó a convertirse en el blanco predilecto de los ataques. Expresión de una oposición interna intemperante fue la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de Diputados nacionales por estar en desacuerdo con la renegociación de la deuda externa con el FMI. Se argumentó, para justificarlo, que así intentaba evitar fugas de votos hacia la izquierda. No se ha demostrado que la izquierda haya capitalizado nada con sus tradicionales consignas de "No al FMI", que sirven para contentar troscos, pero que no mueven un pelo al peronista ni al votante común. Más adelante volveremos sobre esta extraña obsesión de competir ideológicamente con los cuatro gatos locos de la izquierda troskista. 

    Nadie explicó qué alternativas había, salvo desconocer la “deuda macrista e investigarla” (lo cual era política y jurídicamente insostenible). Existe un principio que se llama “continuidad jurídica de los Estados”: aún con irregularidades, aún con fuga de dinero, aún con delitos de por medio, la deuda había sido contraída, no por la dictadura genocida que nadie votó, sino por el “Presidente de las reposeras”, que en 2015 había ganado un balotaje y era un gobernante amparado por una legitimidad de origen. Por tanto, la deuda debía ser cumplida, más allá de las investigaciones penales, y sólo quedaba aminorar sus efectos negativos sobre la población. Si la renegociación de Guzman no fue lo suficientemente buena, si no consiguió los objetivos a que algunos aspiraban, es otra cuestión esencialmente opinable. Pero, en todo caso, no parece que un sector del gobierno con responsabilidades de gestión tuviera que ponerse en fuga, echar a correr por la viga o arrojarse precipitadamente del barco, frente al trago amargo de tener que apoyar la renegociación en el Congreso. En política siempre hay que “tragar sapos”: Perón sostenía que se había acostumbrado a tragar al menos un sapo al día, y que si él podía hacerlo, todos podían y debían cuando era necesario. Pero en la puja interna contra Alberto a través de su ministro no se querían tragar ningún sapo, tenían que salir a “marcar la cancha”, a “diferenciarse”, aunque ello implicara debilitar el frente interno… ¿Y fue tan mala la renegociación de Guzman? No se ha aportado evidencia suficiente de ello.

-Que se intentó ajustar los subsidios de luz y gas para los sectores altos, medios y pudientes de CABA y Provincia de Buenos Aires. Desde antiguo se sabía que los subsidios estatales a estos servicios representaban una  innecesaria carga presupuestaria; beneficiaban a usuarios que podían (y debían) pagar tarifas no subsidiadas (¡y que gastaban en el postre en un restaurante lo que les salía la factura de luz!); despilfarraban recursos que podrían haberse destinado a la lucha contra la pobreza; eran injustos porque en el resto del país se pagaban esos mismos servicios sin subsidio; eran inconvenientes desde el punto de vista ambiental, por la huella de carbono del exceso de consumo, y lo eran también desde lo económico, porque al favorecer el derroche agravaban la necesidad de importar combustibles  para  las usinas; etcétera. Sin embargo, se impidió a Guzmán llevar adelante las proyectadas quitas parciales de subsidios, se retrasó por todos los medios su implementación, se promovió el acogimiento a planes para evitarlas, etcétera. Al fin, el ajuste quedó en la nada, con el argumento de que “hacía perder votos”, era “recesivo e inflacionario”, etcétera. ¡Y terminamos perdiendo la elección con un señor con motosierra que ha anunciado a los cuatro vientos la eliminación de todo tipo de subsidios y la actualización tarifaria! Lo que debimos hacer nosotros con equidad y prudencia lo terminó haciendo a lo bestia un fanático del ajuste, votado por los mismos sectores medios que se beneficiaban de los inequitativos auxilios estatales.

-Pero el colmo de la desautorización de la figura presidencial fue que la propia Vicepresidenta, compartiendo escenarios con Alberto Fernandez, lo sometiera al ludibrio de reclamarle ante la concurrencia por “funcionarios que no funcionan” y le echara en el rostro impugnaciones políticas y económicas. Si esto no es limar a un presidente, resulta difícil encontrar un calificativo. Supongamos que en sus críticas y reclamos Cristina tuviera razón, y que incluso no pudiera hacerle llegar su parecer al Presidente porque éste omitía deliberadamente comunicarse con ella. Seguro debió existir otro canal para manifestarse internamente. El espectáculo de denigración pública no fue sin costos.

              Ahora salen los arrepentidos. Grabois lamenta haberse prestado a la conspiración contra Guzman. ¡Haberlo pensado antes! 

        El papel de Alberto fue muy embarazoso. Ser denigrado en público sin protesta, mantener en funciones al Ministro De Pedro luego de que éste lo patoteara con una renuncia extorsiva, y situaciones de similar tenor repetidas una y otra vez, sólo pueden explicarse como un ejercicio infinito de paciencia tendiente a no profundizar una crisis política que lo dejara fuera de su objetivo de, al menos, terminar el mandato. Todo ello ha dejado la quizás excesiva impresión de una nulidad política incapaz de conducir. Cierto es que el propio Fernandez admitió asumir muy condicionado, pero tambien Kirchner, claro está que con otra fortaleza, supo pararse de mano a su mentor Eduardo Duhalde, y nadie lo consideró traidor por ello.

              En reiteradas oportunidades Alberto demostró ausencia de iniciativa  y escrúpulos inoportunos para el uso del poder. Un ejemplo muy claro fue la situación judicial de Cristina. Resultó incapaz de resolverla, y no me refiero a interferir en la Justicia como algunos deseaban, sino mediante el remedio constitucional adecuado a tal fin: el decreto de indulto. Lo que manifestaré no goza de consenso ni siquiera en el kirchnerismo más duro, y sin embargo es la solución lógica, legal y constitucional. 

              Constituye un síntoma grave de descomposición política que todos nuestros presidentes democráticamente elegidos, con excepción de Alfonsín, hayan sido sometidos a las horcas caudinas de múltiples acusaciones criminales y procesos. Más allá de las razones reales que puedan existir, resulta cuando menos llamativo que líderes que han gozado del respaldo popular terminen siempre al borde de la cárcel, o desfilando por los juzgados, desde Menem hasta Cristina. La venganza política y la grieta azuzan estas persecuciones “post mortem”: nunca se persigue a un presidente en el apogeo de su poder, siempre se persigue a quien se encuentra en la “puerta de salida”.

              La lucha contra la impunidad es un valor significativo, pero también lo es la paz social, Cuando una persecución penal amenaza la convivencia democrática, el presidente en ejercicio tiene su disposición el remedio constitucional del indulto. El juicio oral a Cristina presentó una escalada de violencia:  manifestaciones, contramanifestaciones, maniquíes ahorcados, bolsas de muertos, amenazas en espacios públicos, la extraña aparición del misterioso grupo de extrema derecha “Revolución Federal”, agresivos mensajes en las redes, hasta desembocar en el intento de magnicidio de los "copitos". Si el atentado se hubiese consumado, habría producido una conmoción interna de consecuencias imprevisibles. 

          Todo ello se pudo evitar si Alberto, en ejercicio de facultades constitucionales legítimas hubiese decretado el indulto en nombre de la pacificación. Para sortear la tacha de parcialidad, podía indultar a Cristina y a Macri al mismo tiempo. Esta solución fue objetada preventivamente por los “constitucionalistas republicanos”, vale decir, antiperonistas, argumentando en los consabidos “medios”: que no se puede indultar a procesados sino sólo a condenados (lo cual es falso y así lo declaró la Corte en oportunidad de los indultos de Menem); que los hechos de corrupción no son indultables porque la Constitución lo prohíbe (también falso: la carta magna se limita a declararlos imprescriptibles pero nada dice sobre la posibilidad o no de indultarlos); que los eventuales beneficiarios podrían rechazarlos (el consentimiento es irrelevante, como también lo resolvió la Corte en el caso de la indultada Graciela Daleo). El problema de los indultos no son las limitaciones legales y constitucionales (que no los afectan), sino la falta de voluntad y decisión política de Alberto, quien públicamente argumentó que estaba en desacuerdo, como profesor universitario, con la institución del indulto por considerarla una rémora de la monarquía. Cuando se invocan pruritos académicos harto discutibles para no ejercer una facultad constitucional, ya está todo dicho en términos de inoperancia… Por supuesto que los indultos habrían sido respondidos con protestas airadas de los buscadores de venganza disfrazada de "Justicia": el intento fallido de magnicidio proveía argumentos más que suficientes para un indulto frente al sentido común.   

       Vino luego la campaña electoral. Sobre Alberto recayó un veto de tal naturaleza que ni siquiera se le permitió defender su propia gestión para la posteridad. Allí, desde el doble rol de Ministro de Economía y candidato presidencial, Sergio Massa hizo milagros para intentar llegar al menos al balotaje en medio de una creciente adversidad económica y una furiosa oposición mediática. El Partido Antiperonista Mediático (PAM) daba por descontado el triunfo de la hoy fenecida Juntos por el Cambio ya desde 2021, basándose en los resultados de aquella elección legislativa. Contra todo pronóstico, el peronismo pudo ofrecer un candidato competitivo y por momentos (Jorge Asís dixit) “milagroso”. La creencia generalizada era que el peronismo estaba desahuciado y se le auguraba a Fernández el helicóptero; Larreta y Bullrich  se probaban el traje. Milagrosamente, se frenó el optimismo opositor. Empezábamos a recuperarnos cuando la acción combinada de la sequía y los vencimientos de deuda volvió a hacer frotar las manos al Partido Antiperonista Mediático (PAM). Milagrosamente, se renegoció la deuda y se evitó el default. Tras las PASO los medios descontaban que el balotaje sería entre Bullrich y Milei. Milagrosamente, Massa no solo logró acceder a la segunda vuelta sino que salió primero por siete puntos. Sobrevinieron entonces las operaciones continuas, corridas cambiarias, raros faltantes de nafta y denuncias de toda índole; aparecieron los “chocolates” y los “yates de Insaurralde”, el permanente azuzar a la población con la indignación, el dólar todo el tiempo en las pantallas televisivas... Los medios renunciaron a la mínima apariencia de objetividad y el macrismo duro salió a bancar a Milei. Pero Massa cumplió un buen papel como candidato y sacó holgada ventaja en los debates. 

            Lo que quizás pueda achacársele a Massa es no haber aprovechado el impulso inicial de su nombramiento como Ministro para hacer los recortes indispensables que ordenaran en algo la alterada macroeconomía, pero tampoco tenía la bola de cristal que le anticipara la peor sequía de la historia. 

        Tal vez no explicamos lo suficiente, pese a que lo dijimos en muchas oportunidades, que sería un trágico error el votar por bronca. El enojo era alimentado, no sólo por una realidad dura, sino también por el ocultamiento deliberado por parte del Partido Antiperonista Mediático (PAM) de que el año 2023 había sido tan difícil por los vencimientos de la deuda y la colosal sequía. Ambos factores arrebataron al país casi la tercera parte de sus ingresos y nos vaciaron de divisas. Tampoco explicamos suficientemente (o quizás ya no disponíamos de credibilidad) que estábamos a las puertas de la recuperación, del “efecto rebote”; que se anticipaba ya para 2024 una cosecha espectacular y un récord de exportaciones; que, además de los provenientes del complejo agroexportador, habría ingresos adicionales por Vaca Muerta y la puesta en marcha del nuevo gasoducto y pasaríamos a ser exportadores netos de energía; que la situación del país y de los argentinos en 2024 sería mejor y se estabilizaría gradualmente la economía. ¿Se podría haber recortado gastos antes para reducir el déficit fiscal y paliar la depreciación de la moneda? Sí. Pero eso produce una mayor caída del salario, el consumo se desploma, la actividad disminuye, cierran empresas y se pierden puestos de trabajo. Massa privilegió mantener la actividad en vez de hacer recortes que podían dejar gente en la calle. Explicamos, pero no lo suficiente, o no con suficiente credibilidad, que un salto al vacío nos haría correr el riesgo de malograr las esperanzas de recuperación poniendo a cargo de los destinos del país a un nuevo presidente de ultraderecha, desequilibrado fundamentalista del mercado, profundamente dogmático, fervoroso adherente de fórmulas extremas leídas en libros de economistas ultraliberales, que no se aplicaron en ninguna parte del mundo.

            Conclusión: no cabe duda de que el gobierno de Fernández fue una decepción en la que todo el peronismo, por acción u omisión puso su grano de arena. Pero no fue tan malo como pretenden propios y ajenos. Tuvo aciertos y errores. En otras circunstancias sería recordado como un estadista, pero los infortunios combinados lo pusieron en aprieto constante, y su falta de liderazgo quedó en evidencia. Quizás dentro de un tiempo lo recordemos con nostalgia...

               Tal vez era inevitable, y en cierto modo necesario, que se perdiera la elección, con todo lo negativo que entraña para el país el gobierno de Milei. A veces no alcanza con advertir sobre los peligros de una política, muy conocidos por quienes ya vivimos la dictadura militar -con Martinez de Hoz impulsando las mismas políticas que hoy Milei-, la década menemista con Cavallo y su trágico final en el 2001, el penoso gobierno de Macri, las travesuras de Sturzenegger con De la Rúa y Macri y de Caputo con este último. Ya vivimos el cierre de Pymes, los recortes a jubilaciones y salarios, la pérdida de nivel de vida, las AFJP, las privatizaciones, el club del trueque, las seudomonedas, la recesion profunda, la apertura de importaciones, la entrega de los recursos del país a las multinacionales sin ningun tipo de beneficio excepto aumentar nominalmente el PBI mientras la población se hambrea, con la promesa de que dentro de quince, veinte, cuarenta o cincuenta años seremos ricos y felices.... ¡cuando ya estemos muertos! Sabemos adónde conduce todo eso. Pero parece ser que muchos jóvenes lo ignoran y muchos viejos, por odio antiperonista y de clase, lo han olvidado, y hace falta que lo experimenten para comprenderlo o recordarlo...

            Esta derrota y esta crisis sólo puede tener algun sentido si el peronismo es capaz de renacer de sus cenizas y refundarse con bases sólidas, abandonando los experimentos extremistas y las internas esterilizantes y retornando a las enseñanzas de su fundador.

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