UN HERMANO DE JESÚS FUE EL PRIMER JEFE DE LA IGLESIA? Por Javier Garin

 



Por Javier Garin


           El proceso de divinización de Jesús comenzó inmediatamente después de su muerte en la cruz, tras un breve período de perplejidad y desconcierto entre sus seguidores, que esperaban verlo triunfar de sus enemigos como el Mesías anunciado. 
    Pronto, sin embargo, el duelo y la decepción fueron reemplazados por la creencia de que Jesús había resucitado, y con ello se sentaron las bases del desarrollo del cristianismo, primero como secta judía disidente y luego como nueva religión emancipada de su matriz israelita. 
       En pocas décadas, el Jesús de carne y hueso fue sustituido por la construcción teológica e intelectual del Cristo. 
             Jesús, en tanto hombre, podía tener padres biológicos y hermanos, pero en tanto Cristo debía ser hijo de una virgen, pues Isaías había dicho: "Por eso el Señor mismo os dará un signo: mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y lo pondrá por nombre Emanuel. (Isaías 7:14).
            Sin embargo, los primeros Evangelios, al ser escritos al poco tiempo de la muerte de Jesús, conservan admirablemente muchos rasgos de su humanidad, anteriores a su elevación teológica. 
             La naturalidad y sencillez con que los tres evangelios sinópticos abordan la vida de Jesús constituye una prueba de su autenticidad como documentos históricos, pues, aún cuando sus textos sufrieron muchas interpolaciones y cambios a manos de los sucesivos copistas, han resguardado informaciones vitales que no siempre se ajustan a los dogmas elaborados con posterioridad por los teólogos y autoridades eclesiásticas. 
             Incluso el tardío Evangelio de Juan, que ofrece una elaborada teología ausente en sus antecedentes, sigue conservando, por la transmisión directa del anciano Juan, preciosas aportaciones de la vida de Jesús. 
           Tengamos presente que es criterio comunmente aceptado que los Evangelios se inspiran a su vez en fuentes anteriores perdidas, por lo que su testimonio parte del conocimiento directo de Jesús, más allá de las adiciones incorporadas con fines proselitistas, para convencer a los judíos de que realmente había sido el Mesías.
            La divinización progresiva de Jesús llevó, entre otros efectos secundarios, a invisibilizar su familia de sangre en aras de la consagración del segundo dogma mariano, el de la virginidad perpetua de María, el cual, según Meier, "no llegó a ser doctrina común hasta la segunda mitad del siglo IV" (Meier, John P. (1997). Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo I: Las raíces del problema y de la persona. Pamplona: Verbo Divino, (6.ª edición) p. 333)
             Sin embargo a los primeros escritores cristianos la posible existencia de hermanos de Jesús no pareció afectarles, y en el siglo II el apologista cristiano Tertuliano polemiza con Marción en defensa de la naturaleza humana de Jesús utilizando, precisamente, como argumento el que tuviera hermanos. (ver Tertuliano, Adversus Marcionem).
Contra la creencia de que Jesús fue hijo único de María, existen numerosos testimonios evangélicos y extra evangélicos que hablan de cuatro hermanos y al menos dos hermanas.
Uno de ellos, Santiago el Justo, ejerció una autoridad eclesiástica superior, equiparable  a un primitivo Papa. Así surge de múltiples relatos de los primeros siglos, que contradicen asimismo la tesis del papado fundacional de Pedro.
             Santiago el Justo es mencionado por Pablo de Tarso en la epístola a los Gálatas: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor” Gálatas 1:18-19.
Todo indica que este Santiago, o Jacobo (“Sancti Iacob”), no debe ser confundido con los apóstoles Santiago el Mayor y el Menor, a quienes Mateo llama “hijo de Zebedeo” e "hijo de Alfeo” (Mateo 10, 2-3). Es claro que Pablo no lo consideraba un apóstol, pues dice que sólo vio a Pedro y a ningún otro de los apóstoles.
        Que podría haber sido realmente el hermano de Jesús, o al menos medio hermano,  y no un “hermano espiritual” lo indica el historiador judío Flavio Josefo. Éste, no siendo cristiano, no tenía motivos para llamar "hermano de Jesús" a alguien que no lo fuera de sangre. En su relato, nos dice que el sumo sacerdote saduceo Ananías “llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Santiago, y con él hizo comparecer a varios otros”, para condenarlos a muerte (“Antigüedades judías”)
        La actuación de Santiago el Justo fue decisiva en el Primer Concilio de la Iglesia, celebrado en Jerusalén en el año 50 de nuestra era. En esos tiempos, el cristianismo ni siquiera había empezado a diferenciarse del judaísmo y era más bien una secta conformada por los judíos que creían que Jesús era el Mesías. Aún no había iglesias sino sinagogas; el día de reposo era el Sabbat y no el domingo -que fue inventado posteriormente por los cristianos romanos-; y el mayor número de fieles de Jesús eran judíos de Judea o judíos helenizados de las ciudades del mar Egeo, Siria y el Asia Menor, quienes observaban la ley mosaica, se abstenían de las comidas impuras y sometían a sus hijos varones a la circuncisión.
Justamente el problema de la circuncisión, cirugía ritual harto peligrosa para los adultos a causa de las infecciones y por demás dolorosa, fue el motivo central de ese Concilio, donde se discutió la actividad apostólica de Pablo y de Bernabé, quienes promovían la aceptación de pleno derecho en la fe de los acólitos incircuncisos. Fue el primer acto político de la iglesia cristiana primitiva destinado a favorecer la introducción de creyentes no judíos en la incipiente grey.
        Cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles que Santiago resolvió el Concilio después de oír a todos (incluido a Pedro), diciendo: “Yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo (Sabbat).”
        La expresión que Lucas atribuye a Santiago, llamado el hermano de Jesús : “yo juzgo”,  indica que  tenía autoridad para juzgar. El texto en griego antiguo lo expresa de una manera todavía más rotunda como “yo resuelvo” o “yo sentencio”. Es necesario comprender que no se trató de una decisión acordada entre todos los cristianos, sino de la resolución de un diferendo entre quienes sostenían, como Pablo y Bernabé, que no se debía obligar a los gentiles a circuncidarse, y quienes afirmaban que era preciso exigir a todos la circuncisión. Al tener la última palabra  sobre el diferendo, Santiago actuaba como la máxima autoridad.
        La atribución de primera autoridad eclesiástica a Pedro, “el primer Papa”, es una construcción política posterior, destinada a afianzar la primacía del obispo de Roma como cabeza de la Iglesia, por institución directa de Cristo. Efectivamente, si fuera cierto que el primer jefe de la iglesia era Pedro y no Santiago el Justo, llamado el hermano de Jesús, ¿por qué razón fue Santiago quien dictó sentencia  en el concilio de Jerusalén? ¿Por qué no fue Pedro?    Podemos suponer que sus cualidades personales -hombre de gran piedad- y su condición de hermano de Jesús lo convertían en un personaje no controvertido.
        Si bien puede admitirse que Pedro era la figura de mayor peso e influencia entre los apóstoles, ninguno de estos asumió la jefatura de la Iglesia de Jerusalén, sino que escogieron a Santiago el Justo para tal ministerio. Así lo expresa Clemente de Alejandría en el sexto libro de su Hypotyposes, donde se lee que Santiago el Justo fue elegido como obispo de Jerusalén por Pedro, Santiago el Mayor y Juan, Es posible que prefirieran designarlo en razón de su presunto parentesco para dedicarse ellos plenamente al apostolado. En idéntico sentido se expresan Hegesipo, en el quinto libro de sus Comentarios (“Después de los apóstoles, Santiago el hermano del Señor, de sobrenombre el Justo, fue nombrado jefe de la Iglesia en Jerusalén”);  Eusebio de Cesarea, primer historiador de la Iglesia.  ("Santiago, hermano del Señor, a quien los apóstoles habían confiado el asiento episcopal en Jerusalén"); y San Jerónimo, aunque sin indicar parentesco: ("ordenado por los apóstoles obispo de Jerusalén (...) gobernó la iglesia de Jerusalén treinta años".
        Cirilo de Jerusalén, en el siglo V, todavía sostiene que “Jesús se apareció a Santiago, su propio hermano y el primer obispo de esta parroquia”.
Textos apócrifos antiguos, como los dos Apocalipsis de Santiago encontrados en Nag Hammadi, el Evangelio de Tomás y el Evangelio de los hebreos aseguran que Santiago fue el sucesor designado, ya no por los apóstoles, sino directamente por Jesús.
        Se atribuye al obispo Clemente de Roma una carta apócrifa del siglo I en que Santiago es llamado “obispo de obispos, que gobierna Jerusalén, la Santa Asamblea de los Hebreos, y todas las asambleas en todas partes”. Obispo de obispos significa Papa.
    Es decir que podemos en cierta forma considerarlo el verdadero primer jefe de la iglesia, ya que el centro del cristianismo no estaba aún en Roma sino en Jerusalén, y por eso el obispo de Jerusalén gobernaba “todas las asambleas en todas partes”.
    En el año 70 de nuestra era, el general Tito arrasa a sangre y fuego Jerusalén para reprimir el alzamiento de los judíos y destruye el Templo. Es a partir de entonces que el peso principal de la naciente iglesia se desplaza fuera de la ciudad santa.
    ¿Cómo murió? Lo mataron los saduceos. Según Flavio Josefo, este asesinato político-religioso fue planeado por el saduceo Ananías, sumo sacerdote, quien convocó al Sanedrín en momentos en que estaba vacante el cargo del procurador de Judea y acusó a “Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros” de haber “transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.” (Antigüedades judías, 20.9.1)
    Otros, como Clemente de Alejandría, afirman que lo tiraron del pináculo del Templo de Jerusalén y luego lo remataron a mazazos.  
    Hegesipo relata que los escribas y fariseos colocaron a Santiago en el pináculo del templo, para que convenza a la multitud de que Jesús no era el Cristo, y como Santiago, en vez de negarlo, lo afirmó, lo arrojaron desde lo alto, y comenzaron a apedrearlo, porque no fue muerto por la caída, y uno de ellos, que era batanero, le dio el golpe de gracia con un mazo en la cabeza.
    “Vinieron, pues, en grupo a Santiago, y le dijeron: «Nosotros te rogamos que frenes al pueblo, porque se han extraviado en sus opiniones acerca de Jesús, como si él fuera el Cristo. Te rogamos persuadas a todos los que han venido aquí para el día de la Pascua, en relación con Jesús. Porque todos escuchamos tu palabra; ya que nosotros y todo el pueblo damos testimonio de que tú eres justo y no haces acepción de personas. Así pues, persuade a la multitud para que no yerre acerca de Cristo. Pues todo el pueblo y nosotros te obedecemos. Mantente en pie sobre el pináculo del templo, para que desde esa altura todo el pueblo te vea y oiga tus palabras. Ya que por la Pascua se unen todas la tribus, incluyendo a los gentiles."
    Santiago el Justo declaró lo contrario de lo que le exigían, sellando así su suerte.
    Esto ocurrió en el año 62 después de Cristo, es decir, más de una década después del Concilio de Jerusalén y pocos años antes de la destrucción del Templo. Josefo informa que la despiadada ejecución fue tomada como un asesinato judicial y provocó el enojo de muchos judíos de “los que eran considerados los más ecuánimes en la Ciudad, y estrictos en la observancia de la Ley”, quienes se dirigieron al nuevo procurador romano Albino en protesta, obligando al rey Agripa a reemplazar a Ananías al frente del sumo sacerdocio.
    Todos los testimonios son contestes en reconocer el enorme respeto y prestigio de que gozaba Santiago el Justo entre los judíos, fuesen o no seguidores de Jesús, porque era un estricto observante de la ley y un hombre de bien, dedicado por completo a la piedad y a su función eclesiástica.
     La idea de que Pedro –y no Santiago el Justo- es el heredero designado de Jesús para dirigir la Iglesia universal constituye una construcción política destinada a justificar la primacía del obispo de Roma sobre los otros obispos del mundo. Forma parte de la ideología de poder de la Iglesia. Del mismo modo, durante la Edad Media la Iglesia invocaba un legado imperial a favor del Papa  -la “donación de Constantino”-, basado en documentos falsificados por un monje del siglo VIII, con la finalidad de disputarle el poder al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Jamás Constantino hizo donación alguna de poder temporal al Papa, ni hay evidencia histórica de que diese un status especial al obispo de Roma por ser el “heredero de Pedro”.
        Así como resultaría difícil hoy lograr que se aceptase como primer jefe de la Iglesia a Santiago el Justo y no a Pedro, tampoco se admite entre muchos creyentes el vínculo  biológico de aquel con Jesús.
             Si bien el dogma de la virginidad perpetua de María fue consagrado oficialmente en el Segundo Concilio de Constantinopla, en el año 553, ya era una tradición muy vieja, sostenida por diversas comunidades cristianas primitivas y por propagandistas como Orígenes o San Justino Mártir. Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media, tejió complicadas elucubraciones para aseverar que María conservó la virginidad aún después del parto. Este dogma está seriamente contradicho por el  Evangelio de Mateo, cuando refiere (1:23 ) “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,Y llamará su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. 24Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. 25 Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito y le puso por nombre Jesús.” Ello indica que José y María llevaron vida marital normal después del nacimiento milagroso de Cristo, y así lo creen diversas iglesias partidarias de la interpretacion literal de ciertos pasajes evangélicos.
            En el esfuerzo de los evangelistas por convencer a los judíos de que Jesús era el Mesías anunciado en las profecías, resultaba necesario sostener que había nacido de una virgen, pero la virginidad perpetua no era un imperativo. Esta idea se adoptó tiempo después, cuando la Iglesia quiso enfatizar la pureza de María e instituyó el dogma de su ascensión a los cielos, como parte de su política de realzar la figura de la Mater Dei y su importancia simbólica.
            De allí que se negara la existencia de hermanos de Jesús y se sostuviera que el término “hermano” con que se designaba a Santiago el Justo y a otros personajes del Nuevo Testamento fue utilizado como sinónimo de pariente o primo, opinión sostenida tardíamente, en el siglo IV, por San Jerónimo, y que pasó a ser la tesis comúnmente aceptada. (San Jerónimo,  Adversus Helvidium).  En algunos casos, se interpretó el término "hermano", no como nexo biológico sino como metáfora de afinidad espiritual.
              No obstante, hay también tradiciones antiguas, rechazadas por la Iglesia, de que Jesús tuvo efectivamente hermanos, y el abandono paulatino de esta creencia resulta ilustrativo de la política de fijación y uniformización de dogmas que llevó a cabo la Iglesia.
              El Evangelio de Marcos nos cuenta que la gente que conocía a Jesús desde niño no creía que fuera el Mesías, y murmuraban: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.” (Marcos 6:3)  Por su parte leemos en Mateo 13:55 “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas?” En estos versículos Santiago el Justo aparecería mencionado como Jacobo.
            Mateos, Marcos y Lucas refieren con palabras parecidas la siguiente escena:
               Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: «Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan». Él les respondió diciendo: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Juan cuenta  que Jesús fue de Caná a Cafarnaúm “con su madre, sus hermanos y sus discípulos”, y agrega que en la fiesta de los tabernáculos sus hermanos lo cuestionaron diciéndole: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo”.  Observa mordazmente:  “Ni aun sus hermanos creían en él.” En otro pasaje evangélico se afirma que su madre y hermanos llegaron a pensar que Jesús se había vuelto loco. 
Estas afirmaciones son de difícil interpretación, ya que llevan a pensar en un intento del evangelista de restar peso a la familia de Jesús en su prédica y valorizar a los discípulos; pero también pueden indicar una incredulidad inicial de los familiares, luego superada, ya que tanto María como varios de los hermanos pasaron a integrar el movimiento activamente. 
Lucas refiere en “Hechos” que los apóstoles “perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”.
       Entre los cristianos primitivos parece haber existido la creencia de que  los hermanos de Jesús eran hijos de José y María, por lo que la opinión de Tertuliano en el siglo II no era una rareza.
             De manera que son numerosos los textos del Nuevo Testamento que cuentan que Jesús tuvo muchos hermanos, que fue primo (y tal vez discípulo) de Juan el Bautista, que su hermano o primo Simeon también fue santo y que otros sobrinos y sobrinos nietos fueron mártires. Se sostiene asimismo que también tuvo dos hermanas, pero como eran mujeres nadie creyó necesario dejar registrados sus nombres.
              El apócrifo Evangelio del seudo-Mateo, tardío, del siglo VII, recoge la versión de que los hermanos de Jesús fueron medio hermanos, hijos de un matrimonio anterior de José, que Santiago era el primogénito, que además de éste, José, Judas, y Simeón, también hubo dos medio hermanas mujeres.
            Los expertos en filología neotestamentaria​ admiten que es poco probable que los llamados hermanos de Jesús fueran sus primos, aceptan que podrían ser simplemente medio hermanos, pero consideran mucho más probable que fueran hermanos de padre y madre.
                        Una tradición menos firme sostiene  que Jesús no sólo tuvo hermanos sino un mellizo, el apóstol Judas, llamado Tomás o Dídimo (apodos ambos que significan “mellizo”).
                De este personaje habla en repetidas ocasiones el Evangelio de Juan, y es quien protagoniza el famoso episodio de la incredulidad ante la resurrección. 
            Este Santo Tomás, “el mellizo”, recibió como misión la evangelización del Oriente y se le atribuye haber llevado el Evangelio a la India y haber fundado la Iglesia en ese país, iglesia que perdura hasta el presente. En el texto apócrifo “Hechos de Tomás” se da a entender que era hermano mellizo de Jesús, tradición extraña y poco clara, de la que no se habla en ningún otro lugar.

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