EL PROMONTORIO DE PUERTO MARINO. Por Javier Garin.
Por Javier Garin A noche tuve un poco de fiebre y me asaltaron varios sueños raros, entre ellos este que convertí en relato: Los locales lo llamaban “puerto marino” pero no era en verdad un puerto y ninguna embarcación podía acercarse a aquel escarpado promontorio que caía a pico sobre una entrada de mar erizada de rocas. Un caminito unía aquel sitio desapacible, bañado por un mar furioso, con la aldea, situada más abajo, en el verdadero puerto, que no era marino sino fluvial, porque se abría sobre el estuario del rio y desembocaba en el mar abierto luego de un tramo de fangosas aguas dulces. Allí sí había embarcaciones pequeñas que zarpaban de madrugada vacías y retornaban henchidas de peces, cuando había buena pesca, aunque también, durante largos periodos de escasez, podía suceder que a duras penas capturaran lo suficiente para que el pueblo no muriese de hambre. Decían entonces que el Espíritu del Mar estaba enojado y se resignaban a vivir en el límite de subsistencia