LA TAPERA DEL LAPIDADO, cuento de Javier Garin
Por Javier Garin 1 Mi padre me contó que le contó su madre… Ella, de niña, en Colonia Caseros, vio la tapera del lapidado. La vio una sola vez, nada más. Una sola vez se atrevió a entrar en el campo maldito, con otros chicos, en un momento de arrojo o de inconsciencia infantil. Los colonos evitaban pasar por allí. La calle vecinal que bordeaba el campo maldito no la transitaba nadie, por miedo. Caballos y sulkys daban la vuelta en el cruce y tomaban por otra huella. Pronto la calle desapareció bajo matorrales. Pero los chicos sabían que la calle y la tapera existían. Se desafiaban unos a otros a ir. Nadie iba. Todos miraban de lejos, y aún de lejos les parecía aterrador. Esa única vez se animaron y fueron. Eran un grupito de cinco chicos, tres varones y dos niñas, de no más de diez años. Después de pisotear los rastrojos y enredarse en incontables púas y espinas, llegaron hasta la tranquera abandonada. Ahora había que animarse a saltar. Lo hicieron uno tras otro.