EL IMPREVISTO AMOR DEL FLACO SPINETTA. Por Javier Garin.
Por Javier Garin.
Spinetta sale a repartir paquetes todos los días. Es el astro veterano de la firma de mensajería Flash BA. Envío rápido y seguro. Podría haber dejado la moto hace rato para trabajar en las oficinas, tal vez ser gerente, pero él quiere estar en la calle. Disfruta la calle, el tránsito, los bocinazos, esquivar vehículos y peatones. En veinte años, jamás tuvo un accidente. En el ambiente motoquero es una celebridad. Una celebridad muda, ya que no habla, no da opiniones, no discute. Sólo anda en moto. En las reuniones de motoqueros se mantiene en un rincón tomando cerveza, y a lo sumo sonríe, pero no dice nada.
La conoció a Laurita, hace cinco años. En esa época ella se parecía aún más a la Cantilo joven. De hecho, trabó conversación con ella, en ese bar pedorro de motoqueros y roqueros y con esa horrible banda heavy en el escenario, diciéndole:
-Te parecés a Fabiana Cantilo, ¿te dijeron?
-Sí pelotudo. Y vos a Spinetta.
-Bueno, a mí me dicen Spinetta.
-A mi me dicen Fabi Cantilo, ¿viste? Qué casualidad. Seguro ahora vas a querer coger, ¿O no?
Y terminaron cogiendo en un telo mugriento de Barracas. Spinetta pensó que ella sólo podría haberse encamado con él porque se parecía a Spinetta, ya que él no valía nada y en cambio ella era una diosa. Era hermosa y sexy y olía muy bien, y cogía aún mejor, y cuando se sacaba esas pilchas ruinosas de rockera desprolija echaba sobre la cama un cuerpo brillante, esplendoroso, finamente modelado, unas tetas redondas y exuberantes que nadie hubiera apostado que tenía, un culo aún más redondo y pulido como metal y unas gambas para montar motos capaces de enloquecer a cualquiera. Tenía piercings en orejas, ombligo, clítoris, donde uno se pudiera imaginar, y se había hecho tatuar múltiples motivos musicales, pero el más notable era el Ícaro de Led Zeppelin en el vientre. Y su vientre de veras hacía volar. Era fantástica.
Spinetta se enamoró. No lo dijo porque nunca decía nada, pero se enamoró. Nunca se atrevió a imaginar que ella pudiera meterse con un flaco esperpéntico como él, que no valía nada, y a quien ya habían dejado dos esposas anteriores, para irse corriendo en brazos de otros tipos más piolas o más interesantes, según pensaba él con rencor. El flaco tenía dos hijos, uno con cada esposa: el mayor, varón de quince, y la menor, una preciosa nena de diez, y los visitaba los fines de semana. Él estaba convencido de que los chicos se aburrían a su lado, aunque en realidad les encantaba salir con su padre el de la moto. Pero él siempre pensaba que nadie lo quería, o que los fastidiaba. El mundo sólo lo toleraba porque se parecía al flaco Spinetta, estaba seguro de eso.
Así que al encajetarse con Fabiana Cantilo, o su sosías Laurita, no esperaba volver a verla. “Garchamos, se dio cuenta que soy un nabo y no me vuelve a dar bola, no la veo nunca más”, pensó. Pero a los tres días ella lo llamó al celular, le dijo que estaba aburrida y si no tenía ganas de coger y terminaron de nuevo en ese telo roñoso u otro similar. A partir de entonces, ella empezó a estar aburrida con cierta frecuencia y llamarlo para que la entretenga.
“No sé qué ve ella en mí”, pensaba Spinetta, “pero mientras no se canse le sigo la corriente”.
Entre aburrimiento y aburrimiento, cogida y cogida, ella dijo un día:
-Con lo que gastamos en el telo podemos pagar un alquiler. ¿Por qué no ahorramos y nos alquilamos un cuartito, pelotudo?
Y así fue cómo terminaron alquilando un departamento en San Justo. Donde ahora viven. Spinetta no entiende muy bien cómo pasó todo eso, pero entiende que no podría estar sin el tatuaje de Led Zeppelin durmiendo a su lado. Se ha acostumbrado demasiado a ese Ícaro y ya no puede vivir sin él.
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